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Las crisis ponen a cada uno en su sitio

Por 16 de noviembre de 2008 Sin comentarios

Lluís Bassets

No se trata de ensalzar las crisis. Menos aún de apuntarse al entusiasmo más salvajemente liberal de aplaudirlas como una purga necesaria que limpia el sistema y lo deja como nuevo para empezar otra vez, sin que sea necesario aplicar terapia alguna fuera del darwiniano sálvese quien pueda. Pero no hay duda que toda crisis pincha burbujas y diluye espejismos. Las crisis son una cura de realidad. Para todos. Incluso para quienes pretenden erigirse en los doctores que van a curarnos de esa enfermedad.

La primera cuestión que se me ocurre a propósito de la reunión ayer en Washington es que, si no tuviéramos instituciones ni historia, quienes hubieran bastado para intentar resolverla hubieran sido Hu Jintao y George Bush. En tal caso, quizás antes y después habrían consultado con algunos de los socios planetarios más grandes, como Alemania y Japón, Brasil e India. Afortunadamente para todos tenemos ambas cosas: instituciones, aunque estén obsoletas, e historia, que también quiere decir experiencia.

El Reino Unido ha aportado en solitario mucho más a la solución de esta crisis que el resto de socios: de Gordon Brown es la idea, adoptada rápidamente por los europeos, de que los estados compren participaciones en los bancos y aseguradoras en crisis en vez de hacerse con los activos tóxicos. El Plan Paulson, que en sus inicios iba a servir para esto último, ha terminado europeizándose, de forma que su Gobierno participará directamente en las empresas.

También ha hecho su aportación Sarkozy: su afán de protagonismo ha sido uno de los motores de la reunión de Washington. Y aun reconociendo su parte de vacía representación, la conferencia del G 20+2 está bien y debía hacerse, así y en este formato: ha emitido un mensaje de voluntad política y ha definido una agenda de trabajo. Por supuesto, quedará en nada o en peor que nada, en un engaño, si a partir de ahora no adquiere una buena velocidad. Y esto sólo sucederá, aterricemos de nuevo, si Obama y Hu Jintao se ponen de acuerdo.

En la composición de esta mesa washingtoniana se pueden observar los dos movimientos: el de la realidad que nos sienta en nuestra silla y el de la fantasía escenográfica que persiste. El desplazamiento del centro de gravedad del mundo hacia Asia y hacia el Sur es visible incluso en las fotos y el protocolo. No son los europeos ni el japonés quienes flanquean la presidencia. Ahí está Bush, en la cena de la Casa Blanca, con Lula a su derecha y Hu Jintao a su izquierda. Al lado de Lula está Susilo Bambang, presidente de Indonesia, cuyo rostro apenas conocemos los europeos, y al lado de Hu Jintao, el rey saudí Abdalá, más conocido pero insólitamente convocado en una cumbre mundial. Así es el mundo en el nuevo siglo. Los europeos y el ruso quedan muy lejos.

La fantasía escenográfica la aportan esas cuatro instituciones que no han podido resolver la crisis y necesitan como mínimo revocar las fachadas y cambiar los muebles y el orden de las sillas: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Naciones Unidas, Foro de Estabilidad Financiera. Pero el esfuerzo y el barroquismo de mayor calidad es obra, como siempre, de los europeos con sus sillas tan sabiamente repartidas y administradas: ocho para la Comisión Europea, cuatro de primera fila y cuatro detrás; ocho más para Francia, en su presidencia de la Unión Europea, debidamente repartidas: la mitad para España, que cede una de la segunda fila a la siguiente presidencia de la UE, Chequia, y la otra mitad para Francia que , a su vez, cede una silla de primera fila a Países Bajos. Todos estos se quedan sin bandera propia y acuden bajo el manto azul con las estrellas. No está mal: debieran desaparecer todas. Francia, la France, tampoco luce su tricolor: Sarkozy no tiene inconveniente alguno en renunciar a la enseña a cuenta de su propio protagonismo. El presidente se considera a sí mismo mucho más que la bandera.

En el consenso europeo para asistir a la reunión se refleja la debilidad de sus instituciones y su incapacidad para ser y parecer alguien en el mundo. Si los europeos hubiéramos hecho nuestra unidad política, quizás la reunión se habría convocado directamente en París y el presidente Sarkozy podría tocar el cielo. Como no es el caso, ahí estamos, incomprensibles, confusos, repartiéndonos las sillas y sin bandera la mitad de los asistentes. No está nada mal para España, reconozcámoslo, y que lo reconozcan incluso aquellos a quienes les puede su fobia antizapateril, antisocialista o antiespañola. Jamás el Gobierno de Madrid había estado hasta hoy en una reunión de este calibre, que pretende poner en marcha una nueva forma de trabajar y de organizarse en el mundo. Según la vice, hemos salido del rincón de la Historia. Lleva razón, pero lo hemos hecho a la vez que seguimos empantanados en la insignificancia europea.

La crisis va poniendo a todos en su sitio: nos hace subir unos puestos y a la vez nos difumina en la irrelevancia de nuestra falta de voluntad europea. Algo parecido, a otra escala, le sucede a Bush, que ayer tuvo su día de gloria, pero sabe que le esperan los vastos jardines sin aurora, por más que Aznar le cante responsos gloriosos en las páginas de Le Figaro.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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