Lluís Bassets
Hay que cubrir primero y sobre todo el expediente. Rojos y blancos en proporciones equivalentes a lo que han obtenido en las elecciones. Mujeres y hombres en paridad si es posible. Turnos por razón de su origen: toca gente de mar si antes hubo de tierra dentro, de las llanuras si antes fueron montaraces, del este si hasta ahora fueron del oeste. Todo equilibrado y simétrico en cuotas y rotaciones.
A partir de este punto entran en juego otras virtudes. ¿Serán las personales? ¿La experiencia y los méritos? ¡Quia¡ Cada uno de los que ejerce su influencia y luego su voto se decantara por alguien que pueda devolver luego el favor o a quien algo se deba; se procurará que no despunte ni un centímetro más de lo poco que despuntan quienes componen ese selecto y solemne colegio electoral, ni sea más guapo, ni más rubio, ni más gordo; a ser posible sumiso, sin muchas ideas propias y con afán de complacer a quienes les han nombrado. Bueno, al final no habrá más remedio que elegir; y entre un zote y un listo elegiremos al listo, aunque sea perezoso y manirroto.
Y así es como se nombrarán los prebostes, gerifaltes y ministros plenipotenciarios en esta inmensa federación de la tierra media. Cada vez más bajitos, cada vez más callados, cada vez más disminuidos. También cada vez más numerosos y mejor remunerados, porque son tantas las condiciones y cupos que se imponen en cada elección que al final siempre hay que añadir una silla a la mesa y un cargo a la carga. Aunque hay que reconocer que tanto da, pues sean pocos o muchos en sus ridículos conciliábulos nada se decide y nada se propone.
Tanta indecisión y remoloneo complace en grado sumo a los alcaldes y diputados provinciales cada vez más crecidos, más peleados, más enseñoreados en sus poderosas parroquias. Encaramado cada uno de ellos en sus respectivos campanarios, todos juntos se hallan en caída libre en el abismo de la irrelevancia y del olvido. Pero así viven, felices y gozosos en su decadencia. Con los expedientes cubiertos, es cierto. Sin olvidarse de llenar la boca de vez en cuando con esa palabra mágica: la Unión, sí, la Unión, que grande y bella es la Unión, viva la Unión. Y la Unión, como el Titanic, se hunde lentamente acunada por la orquesta.