Lluís Bassets
En cinco años ha cambiado la geografía política árabe e islámica, pero también ha cambiado con ella el mundo entero, y principalmente Europa. Ya no se trata de un nuevo desorden árabe, sino de una madeja inextricable rodeada de la más gran confusión estratégica por parte de todos. Este es un pequeño atlas de las transformaciones producidas después de aquella primavera fracasada de 2011 en los cuatro países donde más lejos llegó el cambio y en el país árabe que encabezó desde el primer día la contrarrevolución:
Túnez.- El pequeño país magrebí es un caso único. Allí empezó todo y allí todavía se mantiene la esperanza. Ha elaborado una Constitución con participación de los islamistas, la más laica del mundo árabe y una de las más feministas del mundo. Ha experimentado un gobierno islamista durante algo más de un año que cedió el poder a un gobierno tecnócrata con la misma normalidad con que accedió a él. Y, sin embargo, no es nada seguro que pueda sobrevivir en un entorno geopolítico tan difícil.
De Túnez, de su crisis económica cada vez más profunda, y de sus decepciones políticas, sobre todo del islamismo político, ha salido la mayor aportación de combatientes del Estado Islámico. Su industria turística se halla al borde del colapso después de los atentados de 2015 en el Museo del Bardo y en la localidad turística de Susa. Cierto que su partido islamista En-Nahda (Renacimiento) es el más evolucionado y moderno de todo el paisaje islámico, incluyendo Turquía.
El peligro de inestabilidad viene de los hábitos tradicionales del poder, que han resurgido como una maldición dentro del partido hasta ahora mayoritario en el parlamento. Nidaa Tunes (Llamamiento para Túnez) es una formación laicista en la que convivían políticos tanto del antiguo régimen como de la oposición, fundada por el presidente Béji Caid Essebsi, de 90 años. Su división ahora entre los partidarios de su hijo Hafedh y quienes se oponen a sus pretensiones dinásticas ha dado de nuevo la mayoría parlamentaria a los islamistas.