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Blogs de autor

La América de Obama, 1

Por 13 de diciembre de 2008 Sin comentarios

Lluís Bassets

Como recapitulación de la larga campaña electoral norteamericana he escrito un artículo para el número de diciembre de la revista Claves de la Razón Práctica, que codirigen Javier Pradera y Fernando Savater. Para quienes no tengan oportunidad de acceder a la lectura de la revista en papel aquí tienen en cuatro entregas y a partir de hoy el texto íntegro del artículo. Su publicación puede servir también para la discusión por parte de los lectores interesados en comentar y polemizar con el autor del artículo. Una de las innegables virtudes de estos nuevos artefactos comunicacionales que son los blogs reside en la oportunidad de someterse al escrutinio y análisis de los lectores que lo deseen. Puedo garantizar que es un ejercicio muy útil intelectualmente y muy sano para el ego de quienes escribimos en los periódicos. Yo agradezco a todos lo que me leen por su paciencia pero más todavía a los que luego se toman la molestia de escribir y polemizar conmigo o entre ellos. Diariamente hago una rápida lectura de los comentarios e incluso tomo nota con frecuencia de algunas observaciones. Pero prefiero mantenerme al margen de los debates abiertos en el foro y limitarme a reaccionar como máximo de forma indirecta. Muchas gracias por leerme y espero que puedan sacar algún provecho de la lectura de este análisis sobre la campaña y los resultados electorales.

LAS ELECCIONES DEL 4-N

La peor presidencia de la historia de Est ados Unidos , según opinión mayoritaria de los historiadores, con el titular de la más alta magistratura peor valorado desde que existen sondeos de opinión, culminó el 4 de noviembre de 2008 con la elección del demócrata Barack Hussein Obama como sucesor de Bush, en unas votaciones celebradas en una atmósfera de cambio de época. Analizado en la distancia el resultado de esta elección llegará a parecer una obviedad, tan claras y óptimas eran las condiciones para que se produjera un cambio de color político en el vértice del ejecutivo. Era muy difícil imaginar que, tras el desgaste de ocho años de una presidencia republicana tan desastrosa, los electores norteamericanos dieran su confianza de nuevo a un candidato del mismo partido, haciendo abstracción del balance de los últimos ocho años de presidencia y aceptando la idea bastante peregrina de que el maverick (o jugador por su cuenta) republicano John McCain representaría una ruptura con la etapa anterior, con sus vicios y sus lacras, y que bastaba con cambiar el nombre del presidente para que pudiera aceptarse una presidencia del mismo color político.

Entre los propios republicanos se había extendido la idea de que Bush había arruinado irremisiblemente su programa y su ideario, y que sería muy difícil remontar en 2008. Según Dov S. Zakheim (Washington Post, 9 noviembre 2008), ex consejero y ex subsecretario de Defensa de Bush, había cinco principios en los que se basaba la victoria de Bush en 2000 que fueron vulnerados por su propia Administración, con el resultado de que ocho años después era inevitable que su propio electorado le pasara factura, ya fuera desertando al otro campo, ya absteniéndose. Según este sorprendido comentarista, éstos son los principios traicionados, que Bush había aplicado cuando era gobernador de Tejas: el conservadurismo compasivo, la modestia en las relaciones internacionales, el gobierno limitado con menos impuestos y menos burocracia, la modernización y desburocratización de la defensa, y la concertación bipartidista de las principales políticas. Parte del republicanismo se ha visto así impelido a desertar ante la ristra de desvaríos que contradicen los valores defendidos en aquella campaña: la extensión de la pobreza y el desamparo, incluso entre las clases medias, notablemente por los defectos de un sistema de salud privatizado; dos guerras abiertas, una preventiva en Irak y otra mal librada en Afganistán, junto a los desperfectos producidos en las relaciones internacionales; el déficit público, que alcanzará pronto la cifra dramática del billón de dólares; la intervención creciente del Gobierno en todos los ámbitos de la privacidad y de las libertades individuales, con la excusa de la política antiterrorista; o los numerosos casos de corrupción entre parlamentarios republicanos.

Y sin embargo, hasta el último momento se mantuvo un cierto margen de incredulidad respecto a la posibilidad de que un candidato de la minoría afroamericana alcanzara la presidencia de un país fundado como esclavista, refundado en un guerra civil que se libró alrededor del abolicionismo, y consolidado como superpotencia mundial mientras un gran número de sus Estados mantenían legislaciones segregacionistas. La cita electoral de 2008 se jugó, así, sobre dos tableros de resonancias históricas: el de la igualdad de derechos civiles, alcanzada legalmente en 1964 con la ley contra la segregación y la discriminación (Civil Rights Act, firmada por el presidente Lyndon B. Jonson) pero sin traducción automática en la realidad social y económica; y el del relevo del republicanismo con la clausura de la era conservadora iniciada por Ronald Reagan. Previamente las primarias demócratas habían permitido al electorado de este color ideológico optar entre la raza y el género a la hora de apostar por una candidatura presidencial que situara en primer plano la cuestión de la igualdad.

/upload/fotos/blogs_entradas/obama_y_clinton_med.jpgHillary Clinton no era un personaje cualquiera, sino la mujer mejor preparada de toda la clase política para alcanzar la nominación demócrata y la presidencia; y se hallaba asistida por un político de gran perspicacia, enorme poder de convicción y extraordinaria capacidad para recaudar fondos electorales como es su marido; aunque contaba, es cierto, con el hándicap de su carácter divisivo, ciertos hábitos de gestión desordenada y el argumento dinástico en contra: con otro Clinton en la Casa Blanca los Estados Unidos hubieran alcanzado un período como mínimo de 24 años con sólo dos apellidos (bushes y clintones) turnándose en la cumbre de su ejecutivo. Sólo las mujeres más jóvenes no cerraron filas detrás de Clinton, que contaba con el apoyo del feminismo en peso y con un fuerte ascendiente entre la clase obrera blanca y el electorado tradicional demócrata; y eso una vez establecido que Obama iba a llevarse el grueso del voto afroamericano, a pesar del ascendiente sobre esta minoría de Bill Clinton, al que se le ha considerado como el primer presidente negro de la historia.

Obama representaba el relevo generacional y el cambio político, tanto respecto al Washington de los Bush como a la división y a la guerra civil cultural en la que los Clinton y los liberales (los progres en lenguaje europeo) se han visto enfrentados con los neocons y la derecha cristiana. La incorporación de jóvenes, sobre todo estudiantes de los campus universitarios, y un uso intensivo e inteligente de las nuevas tecnologías, tanto en la recaudación de fondos como en la organización de la campaña, imprimió un carácter muy innovador a su candidatura, apoyada además por la personalidad y el temperamento del personaje, y por su fascinante oratoria, trabajada en el aula pero amoldada en las prédicas de las iglesias evangelistas negras y en el trabajo comunitario en los barrios pobres de Chicago.

EN CABEZA DURANTE LA CAMPAÑA

La duración de la campaña, 21 meses en el caso de Obama; el adelanto unas semanas de las primarias, hasta situar las iniciales en Iowa el 3 de enero, con el resultado de una prolongación del calendario; y la intensidad de la competencia dentro del campo demócrata, también contribuyeron a engrandecer las figuras de los dos contenientes del mismo partido, una vez descartados todos los otros y principalmente John Edwards. Para Obama, las primarias significaron además una purga general de todos los temas conflictivos que podían afectarle, que fueron aireados antes de entrar en liza con McCain y llegaron por tanto al tramo final con escasa fuerza. Así sucedió con sus relaciones en Chicago con Tony Retzko, un especulador urbano ahora encarcelado, y con Jeremiah Wright, el pastor negro radical que fue su mentor espiritual.

Una vez elegidos los dos candidatos en sus respectivas primarias, Obama se situó enseguida en cabeza en los sondeos electorales. McCain consiguió llevarse la nominación republicana más por defecto -frente a un coloreado plantel de oportunistas, ultra conservadores y extremistas religiosos- que por su capacidad de articular una propuesta interesante, capaz de soldar de nuevo la coalición republicana que llevó al poder a George Bush o encontrar una fórmula alternativa. Hasta la Convención Republicana, en los primeros días de septiembre, su campaña había sido mortecina, sin gran asistencia de público a sus actos, escasas apariciones en medios y mediocres resultados en la recaudación de fondos. Pero en julio cambió la dirección de la campaña, poniéndola en manos de un grupo de asesores salidos de la cuadra de Karl Rove, que imprimieron un tono mucho más agresivo y polémico, iniciaron una amplia ofensiva de publicidad negativa contra Obama y prepararon la nominación de la gobernadora de Alaska, Sarah Palin -pentecostalista, antiecologista, antiabortista, defensora de las armas y de la caza salvaje y totalmente ignorante en política internacional- como candidata a la vicepresidencia. /upload/fotos/blogs_entradas/sarah_palin_y_john_mccain_1_med.jpg

El único momento en que McCain consiguió adelantar a Obama en algunos sondeos electorales fueron los apenas doce días que transcurrieron entre el discurso de aceptación de Palin ante la Convención Republicana en Saint-Paul (Minnesota) y la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre. Todo el resto de la campaña Obama mantuvo una sensible ventaja en el pronóstico de voto, que en el caso de algunos sondeos llegó hasta afinar exactamente los seis puntos (52 a 46) que arrojaron las urnas, como fue el caso de Rasmussen Report. Como acotación al margen, los sondeos han funcionado esta vez de forma fiable, a diferencia de lo que sucedió en las dos anteriores campañas, debido a que entonces se jugaron en votaciones con márgenes muy cerrados a la vez en varios swing states (estados donde el resultado es oscilante entre republicanos y demócratas).

Las últimas esperanzas del equipo de McCain radicaban menos en las fortalezas de su candidato y de su campaña que en las debilidades que pudieran surgir en el campo contrario. Una vez Obama tuvo garantizada la mayoría de sus delegados en las primarias, el campo de McCain se lanzó a promover la rebelión de la senadora Clinton y de sus partidarios. Cuando se produjo el nombramiento de Sarah Palin quisieron confiar en que una mujer republicana tiraría del voto demócrata femenino, sobre todo maduro, descontento con la elección de Obama y todavía más con la de Joseph Biden como candidato a la vicepresidencia, en vez de Hillary Clinton. En el último mes de campaña la campaña de McCain jugó a suscitar recelos hacia Obama, sobre todo fiscales, pero también raciales, entre la clase obrera blanca de los viejos estados industriales, que había sido un granero para Clinton y tenía fuertes simpatías por Hillary.

Finalmente, ante el fracaso de todas las estrategias, McCain quedó esperando pasivamente la llamada sorpresa de octubre, expresión por la que se conoce a todo tipo de acontecimiento inesperado, sobre todo en política internacional, que suele significar un revés para Estados Unidos, por más que pueda favorecer a determinada opción política. Pero la sorpresa no llegó, o no llegó para los republicanos; al contrario: la quiebra de Lehman Brothers y el hundimiento de la banca financiera de Wall Street, símbolo del capitalismo más desregulado, fue la auténtica sorpresa de final de campaña, aunque se produjo en septiembre, y terminó de dar la puntilla a la campaña de McCain y al revulsivo lanzando por la llegada de Palin.

Parte del efecto letal de la crisis sobre McCain se debió al propio candidato republicano, que no supo reaccionar con acierto alguno a las pésimas noticias empresariales y bursátiles que interferían en la campaña. McCain minimizó primero la profundidad de la crisis, subrayando la solidez de los fundamentos de la economía norteamericana; luego intentó suspender la campaña para dedicarse a resolver la crisis en Washington; y finalmente evidenció su incapacidad para distanciarse de la vulgata de ideas reaganistas que el hundimiento de Wall Street estaba poniendo en evidencia. McCain no tuvo fuerzas para dar la vuelta a la correlación de fuerzas negativa. Aunque los tres debates televisivos en directo le fueron bien, no consiguió romper en ninguno de ellos la imagen presidencial y el aplomo del joven senador por Illinois. Y fue definitivamente letal para su candidatura la crisis económica, que sumó el desprestigio de los republicanos que habían gestionado la economía al desprestigio generalizado de la gestión de Bush. Se llegó así al 4 de noviembre con todo muy claro y jugado: el balance republicano, el shock de la crisis, la mediocre y voluble campaña de Mc- Cain y la excelente campaña de Obama como fundamentos del cambio.

La cuestión al final se centraba en conocer el margen de la victoria y del mandato. Había una gradación de tres posibilidades, de menos a más, y Obama se ha quedado en la mitad en su franja superior. No ha sido una victoria ajustada como la de Bush en 2004; o sólo en delegados como la de 2000, cuando ni siquiera alcanzó la mayoría de votos populares. Hay que tener en cuenta que con tan escaso mandato Bush se aventuró, gracias al 11-S, a una presidencia transformadora, que pretendía remodelar las bases incluso constitucionales de la república. Obama ha tenido una victoria muy holgada, en votos y todavía más en delegados. Pero no ha habido un corrimiento espectacular en votos populares, aunque sí en delegados. Y no se ha obtenido la ‘supermayoría’ de 60 escaños en el senado que impide el filibusterismo u obstruccionismo de la oposición.

Barack Obama ha obtenido la mayor cifra de sufragios de la historia de Estados Unidos, 66’1 millones de votos, casi cuatro millones y 2’1 por ciento de voto popular más que Bush en 2004. El número total de votantes fue de 128’5 millones, seis millones y medio más que en 2004 y 23’5 más que en 2000. Nunca anteriormente habían acudido tantos electores a las urnas. Se incrementó notablemente, en cifras difíciles de precisar ahora, el registro de votantes, en gran parte como fruto de la campaña electoral; y descendió porcentualmente la participación, que se situó en el 64’1 por ciento, aunque no en términos absolutos.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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