Lluís Bassets
(Doy hoy aquí el artículo que me encargaron los amigos del New York Times para el suplemento semanal que publican en una treintena de países, en el que recogen una amplia selección de reportajes y análisis así como algunos comentarios adicionales encargados ex profeso. Ayer jueves El País publicó dicho suplemento bajo la cabecera conjunta con el periódico neoyorquino con mi artículo, que escribí pensando en el público variado e internacional que accede a dichas páginas).
El niño prodigio se ha convertido en el maestro ciruela. Esta es una figura popular del refranero español, que expresa la contradicción de quien quiere dar lecciones sin saberse la asignatura: el maestro ciruela no sabía leer y puso escuela, según el dicho popular. Hasta 2007 ninguna otra economía europea había crecido tanto, creado tantos puestos de trabajo, ni absorbido mayor número de inmigrantes como la española: éste es el niño prodigio. Ahora, con la crisis financiera y el estallido de la burbuja inmobiliaria, no hay tampoco ningún otro país que haya destruido más empleo entre las grandes economías europeas.
Pero además, el azar ha querido que este mes de enero le tocara a España la presidencia rotatoria de la Unión Europea, un momento políticamente relevante por cuanto el gobierno que preside los consejos de ministros semestrales debe determinar las prioridades que ocuparán la coordinación de políticas de los 27 socios; y Rodríguez Zapatero, con sus pésimas cifras de paro, no ha tenido más remedio que señalar la creación de empleo como prioridad y disponerse a pedir a los países socios la fijación de objetivos e incluso exigencias respecto a su cumplimiento: ahí tenemos al maestro ciruela.
Cuando todo empezó, en el verano de 2007, Zapatero podía presumir de la economía más dinámica y creadora de empleo de Europa. En la primavera de aquel año España superaba los 20 millones de personas ocupadas, una cifra apenas creíble para un país al que se le consideraba condenado a mantener su población activa en torno a los 12 millones de personas. Más de una cuarta parte de los puestos de trabajo de reciente creación en toda Europa eran españoles. Era una España irreconocible. Históricamente ha sido un país de emigración, es decir, que no creaba suficientes puestos de trabajo ni siquiera para sus propios hijos. En los últimos diez años ha integrado a cinco millones de extranjeros, que significan el 12 por ciento de su población.
Un enorme jarro de agua fría ha caído ahora sobre Zapatero, que se resistió a creer en la existencia de la crisis y tardó demasiado tiempo en reaccionar. En los dos últimos años, los datos se han invertido: si nadie ha creado más empleo en Europa en el período milagroso entre 1994 hasta 2007, lo mismo ha sucedido con la destrucción de puestos de trabajo en los dos últimos años. Casi el 60 por ciento de los empleos destruidos son españoles. El nivel de paro se acerca al 19 por ciento, cifra que revela, más que esconde, el peso de la economía sumergida, en la que se emplean de forma informal numerosas personas que constan como desempleados e incluso parte de quienes reciben subsidios. El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, ha reconocido que la economía sumergida puede alcanzar el 20 por ciento del PIB, estimación oficiosa que da plausibilidad a quienes la sitúan en una cifra alrededor del 25 por ciento.
Un hacker irrumpió en enero en el site oficial de la presidencia española de la UE y sustituyó el rostro del presidente Zapatero por el del actor Rowan Atkinson como Mister Bean. La estupefacción y la incapacidad de Zapatero para abordar con credibilidad europea la crisis encontró así su imagen, que fue aprovechada por la prensa nacional, pero lo que es peor para el presidente, por prestigiosas cabeceras anglosajonas. Exponerse en el escaparte de la moda internacional tiene sus desventajas: España, adulada por su democracia recuperada o sus brillantes deportistas, cineastas y cocineros, se encuentra ahora con que los más airados le apedrean las cristaleras.