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El Estado de la Desunión

Por 9 de septiembre de 2010 Sin comentarios

Lluís Bassets

El Estado de la Unión es lamentable. Esto es lo que se deduce del ejercicio realizado esta semana en el Parlamento Europeo, que ha podido escuchar y debatir sobre el discurso pronunciado por el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, acerca del balance de los últimos meses y las perspectivas de los próximos. Y si es lamentable por muchos conceptos, como la creciente desunión de los europeos, las dificultades de sus economías, la pérdida de peso específico en el mundo, lo es mucho más por una cuestión fundamental que hasta ahora se situaba en el corazón del europeísmo: Europa está perdiendo de forma irremisible su alma. Hace dos años fue la llamada directiva del retorno, que legalizó el internamiento sin juicio hasta 18 meses de los inmigrantes sin papeles y la expulsión de menores a terceros países que los acepten. En 2009 fue Italia la que entró en campaña con una ley que convierte a los inmigrantes sin papeles en delincuentes y prevé la formación de patrullas ciudadanas para vigilar su comportamiento. Ahora es Sarkozy quien está en campaña con sus expulsiones masivas de gitanos rumanos y un proyecto de legislación que prevé desposeer de la nacionalidad francesa a determinado tipo de delincuentes de origen extranjero.

Lo más lamentable del discurso de Barroso es que haya pasado de puntillas sobre este sembrado de xenofobia, racismo y populismo en que se están convirtiendo nuestros países, sin ni siquiera mencionar las últimas vulneraciones de la carta de Derechos Fundamentales de la UE y al último vulnerador. No es extraño, puesto que la Comisión Europea que preside ya dio su aval a las leyes de inmigración de Berlusconi, al igual que el Consejo Europeo y el propio Parlamento dieron el suyo a la directiva del retorno, más conocida como de la vergüenza o de la infamia.
El discurso del Estado de la Unión, con el que Barroso quiso inaugurar una práctica parlamentaria nueva, coincide con la aplicación del nuevo Tratado de Lisboa pero no es una consecuencia directa que se deduzca de su articulado. No sucede así con el discurso que pronuncia anualmente bajo el mismo título el presidente de los Estados Unidos a finales de enero, cumpliendo previsiones constitucionales. El discurso norteamericano se celebra en un clima de alto contenido ceremonial, al que asisten las dos cámaras reunidas y las altas autoridades del país. Las palabras presidenciales son interrumpidas en numerosas ocasiones por las ovaciones en pie de todos los asistentes, sin distinción apenas de color político, y están destinadas a fabricar titulares en los medios de comunicación.
Nada de esto sucedió el martes con Barroso, que probablemente no se había propuesto objetivos muy elevados. Su discurso fue un fatigante ejercicio de obviedades y tópicos, muchos de ellos bordeando el irrealismo. En el mismo año en que la UE se ha ausentado de las grandes negociaciones internacionales, desde el cambio climático en Copenhague hasta el proceso de paz en Oriente Próximo en Washington la pasada semana, estas son las frases huecas que salieron de su boca: ?Europa ha demostrado que es capaz de actuar y que habrá que tenerla en cuenta. Los que predijeron el fin de la UE se equivocaron. Las instituciones europeas y los Estados miembros han demostrado su liderazgo. Mi mensaje a todos y cada uno de los europeos es que pueden confiar en que la UE hará lo necesario para garantizar su futuro?.
La nueva costumbre del Estado de la Unión implantada por Barroso tiene alguna ventaja. Es un buen momento para evaluar la situación en que se encuentran Europa y sus instituciones. Respecto a la primera, ya hemos visto cómo anda en cuanto a su papel en el mundo y en cuánto a la solidez de los valores que defiende. En cuanto a las segundas, la prueba de esfuerzo realizada ayer apunta en una dirección que debiera preocupar a la Comisión y a su presidente e incluso a los gobiernos de los 27, aunque no es tan seguro que sea preocupante para los ciudadanos, quizás al contrario. Los nuevos equilibrios institucionales producidos por el Tratado de Lisboa y por la crisis de las finanzas públicas europeas están dejando a la Comisión descolocada, al Parlamento Europeo en posición de creciente influencia y al Banco Central y a una Alemania cada vez más segura y firme en su crecimiento directamente al mando del negocio. Este es el otro Estado de la Unión del que no habló Barroso.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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