Lluís Bassets
Tres veces han negociado con la pistola encima de la mesa. Tres veces han roto las negociaciones para demostrar su voluntad de muerte a sus interlocutores. En esta nueva ocasión no iban a cambiar las cosas. ETA acaba de declarar un alto el fuego, calificado de ?permanente y de carácter general?, pero no ha querido escribir la única palabra que se esperaba de ella, y que esperan incluso los vascos identificados con la izquierda abertzale, deseosos como están de participar con normalidad en las elecciones y en la vida política. Quiere negociar de nuevo y por cuarta vez, pero de nuevo con la pistola encima de la mesa.
La declaración de ETA, acompañada como es habitual para esos casos de la truculenta escenografía de capuchas, txapelas y banderas adornadas con viejas runas, fue difundida en inglés y en español, leída ante las cámaras y atrajo la mayor atención de los medios de comunicación internacionales como si de la desaparición de la banda armada se tratara. Los dirigentes etarras conocen con tanta precisión el estado de inanición en que se encuentran que no pueden sustraerse a un amago de autodisolución y tejen una frase que incluye las palabras ?definitivo? y ?final de la confrontación armada? e incluso se comprometen en ello. Probablemente nunca habían llegado tan lejos.
Pero este paso de gigante que no terminan de dar se elude tajantemente con la idea de un proceso: ?Este es el compromiso firme de ETA con un proceso de solución definitivo y con el final de la confrontación armada?. Se les pide que dejen de una vez las armas para que la izquierda abertzale pueda existir legalmente y comparecer a las elecciones y empiece a resolverse la situación de presos políticos. Y ellos responden, como han hecho en otras ocasiones, con una trampa semántica que les permite seguir manteniendo el revolver cerca de la mano.
Es verdad que el proceso es ?definitivo?: entendamos todos que lo que ahora ha empezado conducirá algún día a la paz y la disolución de ETA. Pero el alto el fuego no lo es. Es la palabra que falta y que probablemente nadie se atreve a escribir en ETA porque quien ha dedicado todas sus energías a sacar partido de la violencia intenta incluso sacar partido de ella cuando se decide a abandonarla.
Es difícil que haya nuevos atentados, pero quienes han redactado la declaración de ayer quieren precisamente evitar cuidadosamente que se sepa. Les interesa incluso que cunda el temor a una violencia que pueda reproducirse descontroladamente precisamente en el mismo momento en que se avance hacia la paz. Los datos que tiene el Gobierno español indican lo contrario: la debilidad de ETA es extrema, bordeando la desaparición. Lo que queda de su estructura está organizando el desfile de la derrota para intentar darle una apariencia de victoria.
ETA se ha esforzado especialmente con este comunicado para intentar la internacionalización del conflicto. Llevan el reloj atrasado no de una sino de dos o quizás tres épocas. Han superado el fin de la guerra fría, la llegada del megaterrorismo y la crisis de la globalización y todavía siguen impasibles en el mismo sitio. Fijémonos que cada una de las treguas (1989, 1999, 2006) corresponde a momentos cruciales de cada una de las etapas recientes de la historia del mundo.
ETA ya casi no interesa en España, apenas interesa en Europa y globalmente y sólo puede aspirar a convertirse en protagonista legítimo de la historia el día en que firme el comunicado que ponga el punto final a su historia. Cuando diga claramente que esto se acabó. Para siempre. Es evidente que cuesta mucho renunciar al poder que se tiene, por más que se vaya encogiendo de un día para otro. Pero, si no se dan prisa, este poco poder que creen tener se lo llevará la lluvia y desaparecerá sin que ni siquiera puedan anunciarlo al vecino de enfrente.