Lluís Bassets
Y te diré quien eres, o mejor, qué piensas. Puede ser parte de la combustión interna de las ideologías hasta su práctica degradación. Pero también del magnetismo que ejerce esa condición contemporánea tan atractiva, que Rafael Sánchez Ferlosio ha definido como el victimato. En todo caso es curioso comprobar como la definición de las propias ideas se produce con creciente frecuencia mediante la construcción de un enemigo total y exterminador. Es la condición de víctima de una ideología adversa y destructiva, rayana en el crimen y el genocidio, la que define las posiciones políticas e ideológicas de muchos políticos y polemistas en el mundo de hoy. Será quizás que sin amenaza, sin proyecto demoledor, sin una sombra que gravite sobre nuestras débiles ideas y nuestras inconsistentes convicciones, no es posible articular unos argumentos, organizar políticamente nuestras cabezas. Si así fuera, habrá que agradecer estos favores al amable adversario que se presta a realizar esta función maniquea tan gratificante y necesaria.
El ejemplo es de ayer y voy a dar éste sólo, porque creo que basta. ?Episodios de cristofobia? se titula el artículo que publica Juan Manuel de Prada en el diario madrileño Abc, en el que denuncia la nueva ?vorágine cristofóbica?, de la que es un ejemplo la Ley de la Memoria Histórica, utilizada por los ?cristófobos de hogaño?. De atender al desgarrado lenguaje utilizado, se diría que en las calles y plazas españolas se destruyen las imágenes de Cristo y las cruces y que los cristianos son perseguidos y obligados a practicar en la clandestinidad de las catacumbas. Para extender el ejemplo basta con apelar a las derivaciones de las fobias ideológicas en nuestra actualidad: islamofobia, judeofobia, catalanofobia, hispanofobia, eurofobia, americanofobia, rusofobia, sinofobia?
No estamos ya ante la clásica elección del enemigo, sino que queremos elegir el tipo de odio del que queremos ser objeto. Se trata de la construcción del adversario, y según unos parámetros de absoluta polarización. No nos basta un enemigo que nos impugne parcialmente. Queremos que desee nuestra destrucción total. Sentirnos confortados por la idea de que merecemos un odio absoluto por parte del mal en su grado máximo. Quizás no seamos buenos del todo, pero al someternos al aliento pestilente de un odio total sobre nosotros conseguimos adquirir algo de las víctimas e incluso de los mártires.
Toda ideología que se precie quiere un Hitler sólo para su uso simbólico exclusivo. Hay un genocidio, un exterminio, osaremos decir incluso un holocausto, que se prepara contra mí y los míos. Situarse en su ángulo de tiro se convierte así en una forma de santidad y en un excelente reclamo propagandístico.