Lluís Bassets
Que la nueva filtración de Wikileaks tiene relevancia y valor político e histórico es algo que está fuera de toda duda. Lo que no sabemos todavía y habrá que ir calibrando, sobre todo con la ayuda de historiadores y diplomáticos, es el tamaño, la envergadura y medida de la revelación, es decir, hasta dónde llegan su relevancia y su valor para las relaciones internacionales: si se trata realmente de un momento crucial en la historia del universo como Wikileaks asegura en sus mensajes, si es una formidable acumulación de ?gossip? de altura sobre los principales actores de la política internacional o si incluso queremos interpretarla con Hillary Clinton como un ataque a la comunidad internacional.
Lo que en cambio no ofrece duda alguna es su valor periodístico. Habrá quien prefiera acogerse a sus prejuicios o intereses y también quien quiera fingir o disimular, pero cualquiera que se reconozca a sí mismo como periodista desearía acceder en exclusiva a esta mina documental como lo ha podido hacer EL PAIS. Puedo asegurar, además, y de primera mano, que bucear en estos papeles es uno de los ejercicios más fascinantes y atractivos para quien sienta este oficio, equivalente a dejar a un goloso solo en una pastelería.
Si leen alguna observación crítica sobre la publicación de estas historias salidas de Wikileaks deben saber únicamente que son periodistas con los dientes largos, razonable y justificadamente envidiosos: como la zorra de la fábula, cuando no alcanzan las uvas dicen que son verdes. Desde aquí leemos estas críticas como si fueran mensajes de enhorabuena.