Lluís Bassets
Italia siempre ha sido el laboratorio. Sus elecciones regionales, celebradas entre el domingo y el lunes, son más significativas que las francesas, que tuvieron lugar el anterior fin de semana. En ambos países juegan un papel similar este tipo de comicios: son unas elecciones de mitad de legislatura y por tanto una oportunidad para castigar al Gobierno. Berlusconi temía que pudiera sufrir una desautorización como la que le propinaron los franceses a Sarkozy y para evitarlo ha centrado toda su atención en evitar la campaña y adormecer la participación y el voto, gracias como siempre a su poder mediático y a su control sobre todos los resortes del Estado.
Y lo ha conseguido, arrebatando dos regiones a la izquierda e igualándola en voto: el castigo a su desgobierno no ha funcionado, a costa sobre todo de la participación más baja de la historia. Pero lo más significativo de su victoria es que no es suya sino del auténtico motor en estos momentos de la derecha italiana, que es la Lega de Umberto Bossi, cuyo nombre completo, no hay que olvidarlo, es Lega Nord per la Independenza de la Padania.
¿Y qué nos dice el laboratorio con sus experimentos? En primer lugar, que la izquierda se halla en un retroceso sin remedio, a pesar del respiro francés producto más de la catástrofe sarkozyana que de los méritos socialistas. Que los partidos que están sustituyendo el voto más popular son los que hablan el lenguaje de la antipolítica: la insolidaridad, la exclusión, la xenofobia o a veces directamente el racismo. Que Italia va un paso más adelante y algo más deprisa hacia donde va toda Europa, disgregada en localismos volcados sobre sí mismos, en intereses cortoplacistas y neuras familiares e íntimas.
Para la Lega los resultados de estas elecciones son espléndidos, porque el separatismo nordista empieza a enraizarse en toda Italia y se ha convertido en el auténtico corazón de la derecha, mejor organizado y más militante que el partido televisual y velinesco de Berlusconi. Para Il Cavaliere tampoco está nada mal porque le permite pensar en las reformas constitucionales que le conviertan en un presidente de la República de poderes ampliados. El camino que está abriendo Italia es pésimo para Europa y para los europeos: Bossi ama a Europa tanto como a Italia, quisiera verlas ambas hundidas; y Berlusconi sólo se ama a sí mismo y le importa un bledo lo que suceda con Italia y con Europa al día siguiente de haber colmado sus ambiciones de poder económico y personal.