Lluís Bassets
El alcance del escándalo todavía no se conoce. Lo que se sabe corresponde sólo a la parte visible y emergente del iceberg, pero la sospecha es pavorosa. Una de las mayores empresas multinacionales de la industria de la comunicación mundial, News Corporation, de la que es propietario el magnate Rupert Murdoch, aparece ahora mismo nimbada por la sospecha de que sus directivos han podido autorizar e incluso ordenar la utilización masiva de métodos ilegales y moralmente indecentes para obtener y publicar informaciones. Dos personas, un periodista y un investigador privado, fueron condenados y encarcelados hace ahora tres años por realizar escuchas ilegales a la familia real británica. El director del diario para el que trabajaban tuvo que dimitir. Y su compañía gastó dinero y esfuerzos para acotar el caso y evitar que se convirtiera en una impugnación generalizada de su peculiar forma de hacer periodismo, un oficio en el que la prensa sensacionalista británica suele dar lecciones a los remilgados periodistas norteamericanos y no digamos ya continentales, empeñados en la verificación y en la obtención por métodos legales y morales de las informaciones que publican. Esos métodos no convencionales de obtener informaciones, que han permitido a la prensa sensacionalista la obtención de un poder omnímodo, eran denominados por quienes las practicaban y conocían como ?las artes oscuras? del periodismo, según han explicado tres periodistas norteamericanos en The New York Times hace poco más de una semana en un amplio reportaje sobre este caso.
La publicación de este reportaje es lo que ha dado de nuevo dimensión internacional al escándalo, después de que la condena inicial del periodista Clive Goodman, corresponsal en la casa real británica para The News of the World, y el investigador privado, Glenn Mulcaire, contratado por el diario para apoyar las investigaciones de los periodistas, dejara el caso prácticamente aparcado. Ambos personajes conocían los códigos pin de los teléfonos del servicio y ayudantes de la familia real e incluso de los propios ?royals?, lo que permitió publicar los chismes más íntimos y comprometidos sobre su vida privada. La policía obtuvo evidencias de las escuchas ilegales, entre las que se hallaban casi un centenar de códigos pin de personajes famosos. Pero muy pronto Scotland Yard decidió frenar sus ímpetus investigadores. Según los periodistas norteamericanos esto se debe a que la policía ?tiene una relación simbiótica con News of the World? y con el grupo de Murdoch. Aunque se encontraron indicios de que tres periodistas más como mínimo pudieron utilizar las escuchas ilegales, ?los investigadores nunca preguntaron a otros reporteros o editores de News of the World sobre los pinchazos?. Scotland Yard avisó a sólo a las víctimas de las escuchas de Mulcaire que podían suscitar una preocupación específica por su seguridad, como miembros de la policía, el ejército, el parlamento o el gobierno, pero dejo al resto en la ignorancia.
Murdoch, sus editores y amigos han intentado minimizar los hechos e interpretan la publicación de las informaciones en el New York Times como un ataque desleal por parte de un competidor periodístico, con el que el propietario de News of the World mantiene un durísimo pulso comercial. Murdoch compite con el diario de la familia Sulzeberger desde que compró el Wall Street Journal en 2007, y aunque le supera largamente en difusión, se ha propuesto erosionar su capacidad de influencia política, su imagen de profesionalidad y su credibilidad hasta destronarle de su condición de diario de referencia en Estados Unidos y en el mundo. Pero la batalla entre Sulzberger y Murdoch va más allá de los intereses comerciales e incluso políticos e incluye la confrontación entre dos tipos de periodismo, el de cejas altas, culto, correcto y progresista que practica el New York Times y el más populachero, grosero, incorrecto y conservador e incluso neocon de los periodistas de Murdoch. La publicación por el New York Times de este reportaje es una salva de advertencia del periodismo clásico norteamericano contra los gamberros llegados de Londres.
La fuerza expansiva de la explosión ha alcanzado incluso la oficina del nuevo primer ministro, David Cameron. La capacidad de Rupert Murdoch para parasitar el número 10 de Downing Street ya quedó comprobada con el anterior inquilino, Tony Blair y su jefe de prensa, Alastair Campbell. Ahora con el nuevo gobierno da la casualidad de que el jefe de prensa es además un ex director de Murdoch y nada menos que Andy Coulson, el periodista que tuvo que dejar su despacho de director de News of the World con motivo de las escuchas ilegales a la familia real. Según los periodistas del NYT, la redacción de News of the World trabajaba bajo Coulson en ?una atmósfera degradada en la que algunos reporteros buscaban abiertamente la información pirateada u otras tácticas impropios con tal de satisfacer las exigencias de los editores?.
Antes que el New York Times entrara en liza, el británico The Guardian ha sido el primero en informar ampliamente sobre el escándalo. Según el diario británico, News Corporation se ha gastado 1?6 millones de libras en indemnizaciones para evitar demandas de famosos pinchados por sus equipos de investigadores. The Guardian ha documentado parte del esfuerzo de obstaculización de las investigaciones sobre el alcance de las escuchas y el intento de acotar el caso al periodista y al detective condenados en 2007, así como la participación de una treintena de periodistas del grupo Murdoch en el aprovechamiento de las escuchas ilegales para su tarea profesional.
(Enlace con la información publicada ayer por El País; con el reportaje de Don Van Nata Jr., Jo Becker y Graham Bowlet, publicado en The New York Times Magazine; y con la amplia cobertura de The Guardian).