Lluís Bassets
Cuando la centrifugadora se pone de verdad en marcha y alcanza la velocidad de crucero, es decir, en el momento en que la fuerza polarizadora se halla en su punto máximo, es prácticamente imposible sostener posiciones intermedias. Quedan trituradas por el movimiento centrífugo que lanza a la gente y a los grupos a los extremos y radicaliza las ideas. Todo lo que pueda quedar en medio es tachado de traición e impostura.
Lo curioso de esas sociedades contemporáneas en las que vemos en acción las fuerzas centrífugas es que estos movimientos tan intensos tienen algo de superestructural, orquestado y ajeno a la realidad social. Responden, por supuesto, a pulsiones profundas. Pero no a las formas reales de las vivencias de estas pulsiones, perfectamente atemperadas por el pragmatismo y el utilitarismo económico propios de la vida contemporánea. El malestar que sirve de zócalo es cierto, pero no lo es la radicalidad que le sigue, inducida o proyectada por medios de comunicación, partidos políticos y grupos de presión en general.
La sociedad atempera como hace el océano con las temperaturas extremas, pero la vida política y mediática radicaliza. El reflejo más claro suele recogerse en unos parlamentos más fragmentados y radicalizados y en el surgimiento de unas fuerzas populistas que perturban el orden de las cosas. Pero muy raramente el malestar se traduce en revueltas, en huelgas duras y largas como las de antaño y no digamos ya en proyectos violentos e insurreccionales. Si uno lee y escucha los disparates más extremos del movimiento americano del Tea Party se diría que ya estamos en este punto dramático, pero luego comprobamos hasta qué punto hay una ficción mediática en estos movimientos. Al menos, de momento.
El peor síntoma de la centrifugadora es el acoso sobre las organizaciones intermedias, centristas y moderadas, que hacen de puente entre ideologías, grupos y comunidades, y actúan en muchos casos como auténtico cemento nacional. Hay que cuidar a este tipo de partidos e instituciones, fácilmente impugnadas desde flancos opuestos, sobre todo cuando la centrifugadora está en marcha y el grito de rigor es que se vayan los moderados, los tibios y los centristas. La centrifugadora va de eso: de romper la cohesión social; por eso lo primero que se quiere destruir es a esos partidos que tienen en su preservación su principal objetivo y su razón de ser.