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Los mejores libros del año, 1

Por 28 de diciembre de 2010 Sin comentarios

Julio Ortega

 


Entre los que he leído y encuentro más inventivos de forma y radicales de proyecto, doy fe de doce títulos. 

 

Francisco Márquez Villanueva: Moros, moriscos y turcos de Cervantes

Francisco Márquez Villanueva (Sevilla, 1931) es internacionalmente reconocido como uno de los mayores cervantistas. Sólo que, en su caso, el rigor académico sostiene la capacidad crítica de tramar la obra y sus contextos como una biografía intelectual de Cervantes y una historia cultural de la España de su tiempo. Desde su retiro de Harvard, ha podido culminar su larga dedicación a la obra de Cervantes y su tiempo en este libro que recupera al Quijote haciendo camino en el siglo XXI. Un Cervantes libre del oxímoron museológico o burocrático, capaz de representar el debate de su tiempo, las ideas que articulan un proyecto crítico, y el humanismo puesto al día contra los dogmas de su presente, en más de un punto lamentable, paralelo al nuestro. Publicado por Bellaterra (Barcelona), este libro revela la constelación  cervantina como matriz de lectura. Esa rearticulación crítica sitúa en el lenguaje, en la narración y las ideas la formidable experiencia cervantina de lo moderno.  Estudiando la tradición paulista, la extraordinaria significación de Ricote, y los diálogos con los erasmistas de su plazo, Márquez Villanueva nos devuelve a las encrucijadas que hicieron de la obra de Cervantes una lección de modernidad. La orilla americana asoma aquí, como otra promesa de esa latente utopía, de formas irónicas pero de impronta humanista, que le hicieron concebir, deduzco yo, el mundo americano como espacio moderno: el lugar de la mezcla. Este magnífico libro hace más nuestra la obra de Cervantes.

 

Ana Merino: Curación

La inteligencia afectiva de Ana Merino (Madrid, 1971) explora los formatos de la cultura popular, del cómic a la literatura para niños, y tiene en el taller de escritura creativa, en la Universidad de Iowa, su centro lúdico. Ella es parte de la última promoción del hispanismo trasatlántico, libre del autoritarismo y la endogamia.  En su poesía alienta el juego analógico y el drama antitético, las voces que atan y las que desatan, la fuerza de las evidencias y la inteligencia de las diferencias. La poesía, nos dice en Curación (Visor), no es sólo el cuento de la experiencia a flor de piel sino su recuento puesto a prueba en el lenguaje. El cuerpo se descubre en la enfermedad; el amor, en su ausencia; la memoria, en el olvido; y Dios, con suerte, en un gato. “Debajo de la lengua/ habita la serpiente/ del primer paraíso,” advierte. La “curación” del poema es una virtud clásica: “tragar el desafecto/con ternura” nos previene del “entramado hostil/ de las causas perdidas.” La poesía es el taller, al final, de otra libertad. No entendida como la mera autorización del yo sino como la más sana noción de sus límites, y la opción de redimirse con los otros. Un libro que reverbera con irónica simpatía.

 

Alfonso Reyes: Diario, I y II

No ha existido un autor más escrupuloso con su propia obra que Alfonso Reyes (México,1911-1959). Cultivó todos los géneros con brío, nunca fue autoindulgente, ni ofendido ni ofensor;  y seguimos conversando con él, gratuitamente. Una vez Octavio Paz me dijo que Reyes se había ocupado de los griegos para eludir la actualidad. Pero, en verdad, nos había hecho conversar con griegos y latinos para hacernos más actuales. Preparó, con minucioso detalle sus Obras Completas, pero no para configurar sus calas sistemáticas en un todo magistral; sino para darle forma a la charla con el lector. Como todo escritor serio, no escribía  para validar su yo sino para darnos turno en el  lenguaje. Su idea de sus Obras fue la de una partitura de la lectura. Contó Carlos Fuentes que la criada de Reyes recogía de la papelera los borradores descartados, los alisaba y los ordenaba en una carpeta, que tituló: “Papeles rotos de Don Alfonso.” La criada era filóloga.

La edición de su Diario empieza a ser publicada por el Fondo de Cultura Económica en México gracias a una labor de transcripción y edición cuidadosa, bajo la coordinación editorial de Mariana Flores Monroy, con el auspicio de El Colegio de México y varias universidades e instituciones culturales. El primer tomo (1911-1927), a cargo de Alfonso Rangel Guerra,  consiga las entradas más tempranas, de México y París, a donde fue como modesto diplomático luego de la muerte trágica de su padre; el segundo tomo (1927-1930), a cargo de Adolfo Castañón, incluye entradas de París y Buenos Aires. La edición está planeada en siete tomos. La lectura de estos dos es, por cierto, plena de impresiones, anécdotas y juicios.  Más que un diario íntimo es un diario de escritor, diplomático y lector . Es central el carácter de Reyes como hombre de letras dedicado a la cultura hispánica en el mundo; y sin alardes, capaz de ayudar a  los amigos y fundar una comunidad de la escritura, de la que se beneficiarían, a la hora del exilio y la pobreza, los escritores españoles.  Con humor y paciencia discurre entre las figuras de su tiempo, revelándolas en un apunte. La amistad de Reyes se nos hace más íntima en estos Diarios, no exentos de alguna nota galante. Ya se sabe que cultivaba a las musas (una vez, se repite, lo pilló su mujer, y le dijo: “Alfonso, estoy sorprendida;” “No, corrigió él, el sorprendido soy yo, tú estás estupefacta”); pero lo que no sabíamos es que en Buenos Aires, requerido por José Ortega y Gasset para un cita, le prestó su llave secreta.

 

Jorge Carrión: Los muertos

Es notable que algunas novelas (y no pocas telenovelas) hayan coincidido en el tema del protagonista que no recuerda quien es o prefiere olvidarlo, y decide buscarse a si mismo o forjarse otra identidad.  Pero no se trata de la memoria sino del lenguaje, y por eso en la excelente  Nocturama (2006) de Ana Teresa Torres,  el personaje debe leer novelas para recuperar las palabras.  Los muertos (Mondadori) es el libro más inventivo, irreverente y divertido que ha escrito Carrión; y su personaje, el Nuevo, no en vano el producto de los relatos de viaje, que Carrión ha cultivado como una pregunta pertinente por lo nuevo, llevará el tema a su disolución, tan festiva como apocalíptica. Despierta el Nuevo en Nueva York, la capital de los Otros, cuyo exceso de identidad es una oferta de precio variable, y donde hasta los mendigos le quieren vender una. “Los muertos” de Joyce despiertan en N.Y. como una serie de televisión, entre el sicodrama de ¨Sopranos” y el programa virtual “Mypain”. Los Otros no son ya los subalternos del multiculturalismo bienpensante sino la diversidad televisiva en degradado “tiempo real,” lo único vidente y actual, que da cuenta de un mundo “postraumático,” donde Hillary Clinton es afroamericana y cada novela, como ésta misma, lleva inclusa la crítica que suscita. Pero no es ésta un pastiche ni una parodia. Como las narraciones de Juan Francisco Ferré,  Germán Sierra, Agustín Fernández Mallo, Manuel Vilas, Mercedes Cebrián, Javier Calvo, Vicente Luis Mora, Imma Turbau en ésta orilla; y las de César Aira, Diamela Eltit, Mario Bellatin, Juan Villoro, Matilde Sánchez, Rodrigo Fresán, Antonio José Ponte, Cristina Rivera Garza, César Gutiérrez, Yuri Herrera, Carlos Labbé en la otra, ésta novela (que sí vela ) nos dice que nuestra noción de lo real ha caducado (incluso, tal vez ha muerto de literalidad, esa melancolía que quiso matar Cervantes), y que hay que recomenzar enterrando su lenguaje.

 

Diamela Eltit: Impuesto a la carne

Se dice que César Aira escribe libros cada vez más breves, en editoriales cada vez más pequeñas, para menos y menos lectores. Mario Bellatin, en cambio, escribe el mismo libro con distintos personajes, descontando más y mejor las historias que eluden ser contadas. Por su lado, Diamela Eltit (Chile, 1949), que reparte el año entre Santiago y  la Universidad de Nueva York, escribe una novela distinta cada vez con la misma idea de un lenguaje español en el sentido contrario, que se plantea la resta del mundo, su desacumulación. Ha resistido, con éxito, las obligaciones del mercado, haciendo de la lectura una labor crítica del lenguaje, y del libro un instrumento conspirativo contra el orden dominante. Sus libros repelen al lector de best-sellers y premios obligatorios, y convierten la lectura en una sediciosa labor clandestina, de vocación anarquista, radicalidad estética, y despojado estilo.  En Impuesto a la carne  (Santiago, Seix-Barral), que evoca la “libra de carne” imaginada por Shakespeare, ha fundido el mercado, el estado y el hospital. Para renovar la tradición satírica contra los médicos, ha hecho del oficio una corporación mundial capaz de controlar la salud para regimentar los cuerpos. Aunque Etit se formó  en el entrecruzamiento de Foucault (la sociedad es disciplinaria) y Lacan (el Ego es obsceno y feroz), su lugar está en el neo-barroco hispánico, entre Perlongher y Lemebel, y en la saga de la mujer como servidumbre del neoliberalismo manifiesto.  En esta novela se satiriza el Bicentenario de la Independencia de Chile desde el sistema hospitalario,  y se desmonta la noción neo-feminista francesa de que la melancolía es matrilineal (Kristeva). La madre y la hija yacen en el hospital donde esperan ganar un premio oficial por el Bicentenario; pero donde está prohibida la palabra HAMBRE, que terminaría con su expulsión de los fastos históricos: la función de las madres es acallar a las hijas. Eltit es la escritora más importante de la lengua, y la más crítica del español complaciente.  “Voy a escribir la memoria del desvalor,” anuncia la hija, porque ella y su madre han cumplido 200 años de chilenas y viven, operadas y cosidas, en el Hospital menos hospitalario que la sátira haya podido pagar con creces.

 

Tamara Kamenszain: El eco de mi madre

La poeta argentina más intrigante, Tamara Kamenszain en este libro hace el trabajo de luto materno: el diálogo con la madre muerta es planteado por interpósita poeta, como si el enigma de esa muerte fuese una pregunta por el yo de la hija, nacida del lenguaje. El “eco,” por ello, es la voz de las otras escritoras que ante la vejez, enfermedad y muerte de sus madres le demandaron a la lengua española explicaciones. No es la primera vez que Tamara cita al linaje del dolor en el poema, y se vale de otras rupturas del idioma, sobre todo de Vallejo, para que la cita sea a pulso. Por eso empieza El eco de mi madre (Buenos Aires, Bajolaluna) con los limites del lenguaje: “No puedo narrar.” Y añade: “la gramática se torna un escándalo,” porque la madre olvida los nombres. Sigue luego una conmovedora secuencia de diálogos con otras escritoras, que en trance semejante buscaron el mismo eco: “Coral le contrató una profesora de baile” (Coral Bracho); “la amiga de Sylvia que perdió el voseo/la desconoce hablándole de tú (S.ylvia Molloy); y “Diamela le construyó una casa atrás de la suya” (D. Eltit.). La poesía, al final, es también “un idioma para hablar con los muertos.”

 
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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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