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Imaginario del 11-9

Por 12 de septiembre de 2011 Sin comentarios

Julio Ortega

 

A las 9:41 y 15 segundos de la mañana del once de setiembre de 2001 el fotógrafo Richard Drew, que miraba las Torres Gemelas del Centro Mundial del Comercio, coronadas de llamas, exactamente como en un poema de Adonis sobre Nueva York, vio a un hombre que se lanzaba al vacío desde uno de los últimos pisos de la Torre Norte. Levantó su cámara y tomó la foto. 

Hay 12 fotografías de este hombre en el vacío.  La fuerza del viento le fue arrancando las ropas, y de pronto se vio que llevaba una camiseta naranja. Dondequiera que el viento lo haya llevado, en la foto se detiene su caída.

Saltaron de las Torres 200 personas a su muerte esa mañana. El hombre de la camiseta naranja es el único que conocemos gracias a que la foto nos obliga a imaginarlo.

Wendy, su hermana, estaba viendo el horror en su televisor cuando el hombre que caía fue captado por las cámaras, y ella creyó reconocerlo. "Es mi hermano", se dijo, y corrió al teléfono. Era él, en efecto, Jonathan, de 43 años, empleado del restaurante Windows. A propósito de su agonía, ella aparentemente dijo: “Espero que no estemos tratando de saber quién es él, más de lo que estamos tratando de saber quienes somos mientras lo vemos caer.” Ningún otro pensamiento resume mejor el drama de haber sido testigo presencial de la tragedia.

Pocas veces en una tragedia los hechos  tenían la inmediatez de las imágenes y éstas, inmediamente, requerían de las palabras. El documento revelaba el asombro del testimonio y  un país se sintió obligado a pronunciarse como testigo.  Ese proceso de la conciencia trágica ponía a prueba la parte del tú en el yo.

Ante la desmesura del acontecimiento también el lenguaje parecía perder piso, le costaba aterrizar, poner pie a tierra. Varios modelos del discurso nacional norteamericano hablaron a través de sujetos que reforzaron mecanismos defensivos y prejuicios. La conciencia trágica impuso la cara del enemigo como una pregunta.  Las respuestas siguen siendo contrarias, y todavía contrariadas, diez años después.

Susan Sontag, en su testimonio, aprovechó para culpar a sus compatriotas. No son cobardes, aseveró, sino valientes quienes se inmolan por sus ideas.  Pero, diez años después, los bomberos que sacrificaron sus vidas subiendo las escaleras de las torres  son concebidos como ejemplo del valor mayor: el coraje.  La virtud gracias a la cual la idea del bien es posible.

Las catástrofes históricas cuestan mucho al futuro, y ésta de las Torres Gemelas se ha tomado diez años en asumirse como conciencia nacional trágica. Aun si hay individuos condenados al mal gusto moral, que  justifican los métodos de tortura y los abusos contra los derechos civiles, también hay gente decente que ha sabido excusarse por su apoyo a la guerra más autodestructiva que ha habido. Hace unos años, Don DeLillo  expresó muy bien el derroche de sinsentido de la catástrofe: la guerra, el odio a los musulmanes, Guantánamo, el espionaje, eran la verdadera derrota del país. Escribió, con evidente pesimismo: “No hace mucho el novelista podía creer que tenía un papel en la conciencia del terror; hoy quienes influyen y dan forma a la conciencia humana son los terroristas.”  Diez años más tarde, más bien los terroristas, casi en todas partes, han perdido credibilidad, apoyo y futuro.  Cualquiera de sus víctimas es más digna que cualquiera de ellos.

Hace 40 años que vivo en Estados Unidos pero no me atrevería a definirlo de uno u otro modo porque, por un lado, hay pruebas para una u otra respuesta; y, por otro, un país que ha sido capaz de enterrar a sus muertos y construir su memoria como la salud del futuro posee reservas de ciudadanía moderna como para remontar las catástrofes (la guerra civil, el racismo, el imperialismo, el macartismo, el 11 de setiembre chileno… ), aunque todavía está por verse cómo procesarán políticamente la actual crisis de deuda, papel del estado, e inclusión de los más pobres.  Felizmente, uno siempre cuenta con el amigo español que viene de visita y te asegura una rotunda explicación de este país.

Pero es en la literatura y las artes donde la conciencia trágica se hace nacional como la metáfora que humaniza la violencia, para que no sea un derroche, para que la conversación prosiga entre nuevas dudas.

Aunque hay todavía pocas novelas que trabajan directamente la materia residual de las Torres (cuya alegoría de la ambición humana no deja de caer en la historia literaria), algunas exploran, más que los hechos, sus consecuencias. En Extremely Loud and Inaudibly Close (1977), Jonathan Safran Foe parte de un niño de 9 años cuyo padre ha muerto en el ataque a las Torres; convirtiéndose en una herramienta de leer el tema, la novela despliega diversas direcciones de su historia,  incluye imágenes y fotos, y su montaje fragmentario sugiere una lectura en trabajo. Es probable que la idea actual de que hay que inventar al lector, tenga que ver con esta dimensión de la nueva narrativa: sólo con un nuevo lector se puede compartir lo que ya no es mera opinión.  En Falling Man (2007) de Don DeLillo, Keith, un abogado de 39 años sobrevive el ataque a las Torres y al bajar las escaleras se encuentra un maletín abandonado por una victima; al devolverlo a la esposa, termina de amante suyo. La metáfora del hombre que cae se multiplica: la ve incluso en un artista del trapecio, e incluye su propia vida. La intimidad de la víctima, esa zozobra, se prolonga, así, en el drama de la sobrevivencia. David Foster Wallace, en cambio, prefirió dedicar uno de sus  documentados ensayos a la ironía comparativa de que 40 mil personas mueran cada año en las carreteras de Estados Unidos a nombre de la libertad de conducir. Vendrá la muerte, parece decirnos, y tendrá tu coche.

Extraordinariamente, la mejor novela sobre la tragedia de las Torres Gemelas la ha escrito un peruano, César Gutiérrez (1966),  poeta, periodista y viajero, cuya novela, performance, espectáculo, y proeza formal, Bombardero (Lima, 2007; ver http://80m84rd3r0.blogspot.com/), se origina en la acampada del autor en la Zona Cero durante varias etapas de su escritura. Gutiérrez convirtió las ruinas en un taller de escritura y ha hecho de su libro un peregrinaje literario que lo ha convertido en el producto de su propia novela, la que ha seguido transformando en el Internet, el videoarte, la lectura high-tech; y, al final, en un acto de fe literaria sólo paralelo al de Joyce en el “Work in progress”, al de Julián Ríos en Larva, a la novela desvelada bajo las de Perec.  Novela-flujo, historia- diagrama, libro-wifi, está animada por la capacidad de sobrevivencia de una generación joven cuya calidad creativa es el ensayo de un mundo hiper-conductivo, hecho en la información crítica y el trabajo celebratorio. Aunque está más cerca de Pynchon, esta suma de novelas no hace sino regresar al mito de su propio origen, que es la metáfora del fin del mundo y del nacimiento de la literatura, ese encuentro del Modernismo y la Tecnología, donde la sobrerepresentación contemporánea pasa por su feliz tachadura.  Contra la Diosa del Aburrimiento, que produjo la Dunciad, este Bombardero produce una saga irónica paralela. Bien visto, su apoteosis apocalíptica sólo podía ser posible ex-céntricamente, fuera de los centros dictaminadores de la lógica productiva del discurso y en los márgenes de una resta fecunda. El hombre que cae reiteradamente a lo largo de esta saga poética, liberado ya de la tragedia, se convierte en el primer signo de una nueva lectura.  La novela de Gutiérrez empezará a navegar pronto en francés y en inglés. La primera edición, compuesta por el autor, de mínima tirada e impresa en Arequipa, ha sido seguida por la edición en tres tomos de la editorial Norma (2010).

Este décimo aniversario de la caída del 11-9 ha sido testimoniado por una exhibición de fotografías del artista catalán Francesc Torres en el Instituto Internacional de Fotografía, en Nueva York. Torres ha dedicado varias muestras a explorar la violencia contemporánea, y hace unos años, con ayuda de Antonio Monegal, montó en. el Centro de Cultura Contemporánea, en Barcelona, una gran muestra multimedia sobre la Guerra.  Esa memoria visual de la guerra la convertía en  una contracorriente de la modernidad, en parte puntual del programa moderno. Esta vez las fotos fueron hechas por Torres en los depósitos de restos y residuos de la catástrofe, antes de que vayan a parar al Museo del 11 de Setiembre, que albergará la nueva Torre.Impecablemente, esas fotos nos comunican la intimidad de la destrucción como una nueva forma de la materia, no prevista por la arquitectura.  Testimonian, por ello, una dimensión conceptual de la forma límite, aquella que se doblega en sus propios términos,  ya no como material de construcción sino como forma histórica de destrucción, más nuestra y actual.

Estas son otras muestras de arte que en Nueva York prueban que la memoria trágica no reabre las heridas del pasado sino que, al contrario, les da un sentido  moralmente adulto, capaz de mejorar las preguntas por la comunidad:

American Folk Art Museum9/11 National Tribute Qui 

Aperture Foundation: What Matters Now? Proposals for a New Front Page

Brooklyn MuseumTen Years Later: Ground Zero Remembered

Charles West GalleryMy 9-11: One Man’s Journey Through the Unexpected Events

DC Moore Gallery9/11: Through Young Eyes, Sep 8–Oct 8

Ernest Rubinstein GalleryEmbodied Light: 9/11 in 2011, Tobi Kahn, Sep 9–Nov 23

Edwynn Houk GalleryAftermath by Joel Meyerowitz, Sep 10–17

Kerry Schuss ArtPaintings from the Perimeter by Sally Pettus, Sep 1–17

Lower Manhattan Cultural CouncilInSite: Art Commemoration, Aug 11–Oct 11

Metropolitan Museum of ArtThe 9/11 Peace Story Quilt, Aug 30, 2011–Jan 22, 2012

MoMA PS1September 11, Sep 11, 2011–Jan 9, 2012

Museum of the City of New YorkThe Twin Towers and the City: Photographs by Camilo Jose Vergara, Sep 3–Dec 4

National September 11 Memorial & MuseumWorld Trade Center Memorial

New Museum[Swi:t] Home: A CHANT by Elena del Rivero, Sep 7–Oct 2

New York Historical SocietyRemembering 9/11, Sep 8–April 1, 2012

New York University Open HouseAftermath by Joel Meyerowitz, Aug 20–Oct 13

92nd St. YJoel Meyerowitz: Remembering 9/11 10 Years Later, Sep 11

Pace University, Center for the ArtsWitness to Tragedy and Recovery, Sep 8–24

Paula Cooper GalleryFalling Leaves: Memorial by Bruce Conner, Aug 30–Sept 24

Power House ArenaTen Years after 9/11: Searching for a 21st Century Landscape, Aug 20–Sep16

School of Visual Artshere is new york: Revisited, Sep 6–17

Saint Peter’s Church, Narthex Gallery9/11 Elegies by Ejay Weiss, Aug 20–Sep 25

Woodward GalleryCharting Ground Zero: Ten Years After, Sep 7–Oct 23

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
 
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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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