Juan Pablo Meneses
Me enteré de la muerte de Steve Jobs por twitter. Suena lógico. Parte de todo el mundo ultra conectado de hoy, donde las máquinas tecnológicas han asumido valor artístico y los teléfonos funcionan como estanques de oxígeno, fue diseñado por Jobs. Ha pasado un par de semanas de muerte, y el llanto de sus seguidores no se detiene. Los mensajes de condolencias que han llegado a Apple, su gran obra, ya superan el millón. Por varios días fue la palabra más buscada en la red. Pasado el duelo inicial, muchos consumidores siguen viviendo su pérdida con una actitud que se resume en una palabra: desamparo.
Todos coinciden en que Jobs fue un visionario, pero la complejidad y envergadura del personaje supera aquella palabra. No solamente estamos frente a alguien que ayudó, empujó y diseño el desarrollo tecnológico de hoy. Con su muerte, presenciamos la partida del cerebro que acercó el computador a la vida cotidiana y que siempre tuvo en su mente un único objetivo: hacer más amables las máquinas.
Siempre que a Federico Fellini le decían que sus películas eran visionarias, respondía lo mismo: "El visionario es el único realista de verdad". Y eso se puede aplicar a Jobs. Fue realista, supo ver a dónde iba la tendencia y empujó hacia allá. Con eso en mente armó una empresa, armó sus equipos, los vendió por todo el mundo y facturó toneladas de millones de dólares. Encontró una vestimenta que lo acercara a sus compradores, jeans y polera negra, imitando el uniforme de los obreros japoneses. A partir de Jobs, uno ya no es alguien por determinado par de zapatos, o tal tipo de camisa o chaqueta. Uno es alguien, realmente, dependiendo de qué teléfono, de qué computador y de que lector de libros electrónicos se tiene. Con la muerte de Jobs muere el padre del nuevo consumo.
Los críticos se burlan de tanto llanto. Recuerdan que, finalmente, Jobs era un empresario preocupado de multiplicar su fortuna, famoso por tratar mal a sus empleados, que instalaba industrias en países pobres con mano de obra hiper barata encargada de armar los teléfonos más cool del planeta. Por el contrario, los que lloran lo hacen con la orfandad propia de quienes piensan que han perdido un líder espiritual. Seres, llorones y con equipos bien diseñados, que no se perdían ninguna presentación de Jobs y que eran capaces de pasarse noches enteras durmiendo en la calle para tener equipo de la última versión.
Jobs transformó la tecnología en una ideología popular. Hizo de Apple una iglesia universal, con seguidores en todos los idiomas. Un gurú, con millones de feligreses, quienes le escuchaban decir -y retwitteaban- frases del tipo "El diseño no es solo la apariencia, el diseño es cómo funciona" o "Cambiaría, si pudiera, toda mi tecnología por una tarde con Sócrates".
Steve Jobs murió después de luchar varios años contra un cáncer. Su cuerpo, su propia máquina, dejó de funcionar el pasado 05 de octubre. Es probable que aquí, entre los vivos, todo siga funcionando igual. En la medida que eso suceda, y Apple se mantenga liderando el desarrollo tecnológico, Jobs se mantendrá presente por mucho tiempo. Finalmente, a eso que se dedican las iglesias: a mantener viva una leyenda, mediante la fe.
publicado en El Rayo, diario La Estrella de Valparaíso
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