
Eder. Óleo de Irene Gracia
Juan Pablo Meneses
La frase que me dice Manuel Pellegrini me deja mudo. Para algunos, la oración es el mejor resumen de su camino al éxito. Para otros, una clara señal de los malos días que está viviendo el ingeniero en Argentina. La frase, que resultará clave para entender esta historia, me la dice por teléfono desde su departamento de Barrio Norte, donde vive y pasa la mayor parte del tiempo solo. La frase es la siguiente: "En estos momentos no estoy hablando".
Cuando alguien te habla para decirte que en esos momentos no está hablando, puede sonar surrealista. Una voz grave y profunda te habla para decirte que no lo está haciendo. Es gracioso. Después de eso entiendes que en la jerga futbolera cuando alguien dice "no estoy hablando", quiere decir, con esas tres palabras, algo así como: "no estoy dando entrevistas porque ustedes, los periodistas, me tergiversan todo lo que digo y ahora mi cargo pende de un hilo y estoy en una crisis terrible que, hablando con algún medio, sólo se puede agravar". Así está viviendo el presente Manuel Pellegrini.
Ahora son las cinco de la tarde del jueves y voy arriba de un auto del diario Clarín de Buenos Aires. El que maneja es un chofer de bigote canoso y anteojos negros estilo CQC. A su lado va sentado Maximiliano Llorens, periodista deportivo de Clarín que lleva cinco años cubriendo River Plate. Vamos camino al predio de Ezeiza, en las afueras de la ciudad, donde suele entrenar el equipo millonario del fútbol argentino. En el trayecto pasamos por barrios marginales. Casi todos los niños que vagan cerca de la autopista llevan camisetas de Boca.
Pellegrini es un caballero. Es un señor. Eso no lo discute nadie¬ dice Llorens. El presidente del club apostó por él por su seriedad. Cuando Ramón Díaz era entrenador de River llegaba todas las semanas con una Mercedes Benz nueva. Hacía apuestas de 15 mil dólares en los programas de televisión. Siempre andaba vestido de Versace o marcas de ese tipo. Cuando salía campeón, "el pelado" Díaz compraba una camioneta 4×4 y la rifaba entre los jugadores. Aguilar, el presidente, quería cambiar ese perfil. Por eso llega Pellegrini a River. Viene a cambiar el estilo. Él es más sencillo. No se viste con ropa de modistos, pero siempre anda impecable. Y tiene un Renault Laguna, nada más.
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Para muchos argentinos, el gran legado cultural de la época de Menem fue la fastuosidad del mal gusto. La avalancha de aquel nuevorriquismo de la década de los noventa también había llegado al señorial Club Atlético River Plate. El derrumbe del menemismo fue la ocasión para ordenar la casa. Manuel Pellegrini, un chileno serio, callado y muy profesional, parecía el interventor más indicado para darle seriedad a la institución. Su bajo perfil era el perfil ideal.
Durante el entrenamiento Manuel Pellegrini habla poco y grita a los jugadores reproches del tipo "Vamos, vamos, hay que meterla adentro, llevas cuatro mano a mano con el arquero" o "no te quedes atrás para recibirla, ya te lo dije varias veces". Nunca un insulto. Nada de garabatos. Eso llama la atención casi tanto como la manera compulsiva en que mira su reloj. Mira tanto su reloj que parece que quiere que el tiempo pase rápido, que se acabe rápido el entrenamiento. Y no sólo eso, que también se acabe rápido el campeonato, y que se acabe rápido este contrato que lo tiene recibiendo críticas e insultos todo el día.
A los veinte minutos exactos toca el pito para terminar de jugar. Ni un segundo más. Por eso siempre está mirando la hora, porque calcula hasta los segundos precisos de la práctica -dice un reportero de Fox Sport que viene todos los días a los entrenamientos.
Al término de la práctica Manuel Pellegrini camina solo, de un lado a otro de la cancha, tan solo como debe hacerlo en su departamento: sus tres hijos viven en Santiago y su mujer, Carmen Gloria Pucci, viene a visitarlo a Buenos Aires sólo algunos fines de semana. Piensa mucho, dicen algunos. Piensa demasiado, dicen otros. Todos los reporteros saben que ahora el ingeniero "no está hablando", pero todos también saben que aunque hable nunca dirá mucho. Hernán Castillo, el otro periodista de Clarín encargado de escribir de River, dice:
-Yo te puedo decir de memoria todo lo que va a hablar. Casi siempre dice lo mismo.
Hay otros que van más lejos, y aseguran que Pellegrini nunca en su vida ha hablado. Y le reprochan que sus frases son tan medidas como los cálculos que sacó durante ocho años para obtener su título de Ingeniero Civil en la Católica.
No deja de ser interesante ver al exitoso entrenador caminando en silencio por la cancha, vestido con pantalones cortos, con las medias abajo, con zapatos de fútbol y pasto en las rodillas. Su apariencia tiene todos los ingredientes para ser el cuerpo de un niño que acaba de volver, cansado, de jugar una partido con los amigos del barrio. Pero, sin embargo, es el cuerpo bien cuidado de alguien que el pasado 16 de septiembre cumplió cincuenta años y que dirige uno de los equipos grandes del fútbol sudamericano. Ésa es, de seguro, la gran gracia de Pellegrini. Estar, a esta edad, a esta altura de la vida, ganando un gran sueldo por estar vestido con pantalones y haciendo lo que le gusta. Lo que le ha gustado de siempre. Desde niño, cuando en su familia Pellegrini Ripamonti miraban con horror su obsesión por el fútbol. Pese a que nunca tuvo muchas condiciones, sus cálculos lo tienen aquí. En la cima. Algunos dicen que por pensar mucho. Otros, por hablar poco. Casi nada.
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Al terminar el entrenamiento y mientras los periodistas se lanzan sobre Marcelo Salas y Marcelo "el muñeco" Gallardo, dos estrellas que dan noticia y que salen juntos del camarín, Pellegrini aprovecha la situación para evitar el acoso de la prensa. Bien pensado, como siempre, se escabulle sin que se note. Antes de que se suba a su Renault me acerco y, sin pregunta de por medio, me dice "disculpa, pero ahora no. Mañana hablo", y otra vez me la hace. Otra vez me habla, pero ahora para decirme que mañana habla.
Y mañana es hoy. Y hoy ya es viernes. Y esta vez el entrenamiento es en el estadio de River, en el barrio de Núñez, una buena zona residencial donde no hay villas miserias, así que ahora son muchos menos los niños con camisetas de Boca y, en cambio, hay muchos que andan en buenas bicicletas con la franja roja en el pecho y el nombre de Salas en la espalda.
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El domingo es el partido contra Chacaritas, el equipo que preside el senador Luis Barrionuevo, un nefasto caudillo peronista que en medio del colapso financiero del país dijo (y en serio) que "para solucionar los problemas económicos de la Argentina tenemos que dejar de robar dos años".
El fútbol y la política siempre han ido demasiado de la mano en Argentina. Cuando se le ha preguntado a Pellegrini por la situación sociopolítica de Argentina, ha dicho telegráficamente: "Este es un país muy grande, que estoy seguro saldrá adelante en el corto plazo".
A un costado de la cancha está Jorge Ghiso, un ex futbolista que tuvo su paso por Chile jugando por la U y que ahora trabaja en River.
-¿Cómo ha visto a Manuel?
-Bien, Manuel está siempre igual. Lo conozco hace 28 años, y no cambió. Manuel tiene la virtud de mantenerse siempre igual.
-Pero eso es un defecto, no una virtud.
-Y, bueno, no es demostrativo. Puede ser. Hay personas que son así, y hay otras que no son así. Yo no soy así, y no lo voy a hacer nunca. Pero no quiere decir que una cosa sea buena o mala. Las virtudes de Manuel son enormes.
-¿Cuáles?
-Manuel es un tipo muy centrado, muy inteligente. Sabe a dónde va. Y creo que tiene sus pensamientos claros. Yo siempre le dije: vos te encerrás en tu casa y pensás, y seguro vas a encontrar la forma de salir. Y ésas son las cosas que lo llevaron a dirigir en Argentina, y a dirigir en primera y en una institución como ésta.
Pero no todo lo que toca Manuel Pellegrini se transforma en algo que repite Manuel-es-un-tipo-serio-y-profesional. Pasó con Ángel Comizzo, un histórico arquero de River Plate que se fue del equipo por líos con el ingeniero.
Pellegrini nunca dice las cosas de frente y uno nunca sabe realmente lo que piensa- declara a los cuatro puntos cardinales el actual golero del modesto Club Atlético Rafaela-. Te dice cosas que después no cumple. Le faltan pantalones, y la manera de armar sus equipos no me gusta. Me gusta el fútbol ofensivo. Él no quiere ganar, nunca va hacia delante. No habla de frente.
La crisis sin retorno de Pellegrini en River Plate se agudizó el 9 de noviembre pasado, tras perder con Boca Juniors de local. El resultado fue 0 a 2, y el juego de los millonarios estuvo muy cerquita del fiasco. Casi nadie recuerda otro clásico donde la hinchada de River pifiara a su propio equipo delante de la barra de Boca.
-Fue una tarde para olvidar, como es para olvidar a este técnico. Estamos muy lejos de los punteros y aunque ganemos la Sudamericana, se tiene que ir. Que se vaya a Chile, con la Bolocco, y no vuelva más ¬dice Manuel Bermúdez, un socio de River que lleva 25 años yendo a la cancha.
El escritor argentino Martín Caparrós es un reconocido hincha de Boca Juniors y recuerda el partido con el sabor dulce de ganar en el Monumental de River. Pero Caparrós, famoso también por sus análisis de la realidad argentina, se agarra su bigote largo y rememora algo que le llamó la atención aquella tarde.
-Lo de Pellegrini fue increíble. River había perdido con Boca, en su estadio, dos a cero, con toda la gente en contra. Afuera estaban los hinchas pidiendo que se fuera, estaba con todos los periodistas encima, y Pellegrini dijo que había que tener tranquilidad y que todavía van a venir más derrotas. ¡Nunca vi a alguien decir eso! Era como "Sangre, sudor y lágrimas", pero Churchill por último hacía la arenga como un sacrificio por futuras victorias. Pellegrini nada. Sólo dijo que vendrían nuevas derrotas.
Según un periodista de Olé, en la lógica del entrenador funciona perfecto esto de reconocer futuras derrotas. "Porque él nunca pierde; entonces si llega a quedar eliminado de todo va a decir, yo lo dije. Si te fijás, y revisás sus declaraciones, él siempre tiene todo pensado para no perder. No tiene autocrítica".
Y Pellegrini habla. Pero dice poco. Su voz es gastada y su tono monocorde. Las frases que suelta son: "Parece que lo de River es todo un desastre, y no es tan así". "Si no gano la Sudamericana, creo que voy a renunciar". "La prioridad de todo es jugar bien". "Estoy tranquilo, con la tranquilidad de un trabajo serio". Cuando uno lo escucha, fácilmente se lo puede imaginar caminando por su departamento y pensando por semanas cada respuesta. Jamás un exabrupto. Nunca una declaración polémica.
Pellegrini tiene un sitio web, www.manuelpellegrini.com, donde uno puede ver la manera en que él se vende. Y lo hace, ante todo, como un profesional. Eso es lo que también le compró Cuprum, la AFP que lo auspicia (como pocos técnicos a nivel sudamericano) con un millonario contrato personal. En su página, Pellegrini invita a los hinchas de River a que vean sus estadísticas y les pide que escriban comentarios en el foro. Entrar al foro de la web, hoy en día, es entrar a leer todo tipo de insultos y donde se pueden rescatar muy pocas frases sin garabatos, como "chileno, no podés ser el técnico de River, amargo sos un técnico frío, andáte…". Pero Manuel sigue su camino. Imperturbable. "Siempre sabe dónde va", como dijo Ghiso. El ingeniero de la Católica, el padre ejemplar, el hijo modelo, el de buena familia y mejor pinta, el delfín de Fernando Riera, el técnico profesional, el caballero, el de perfil bajo, tiene su propia receta. Su estilo.
Mientras escribo esto, Pellegrini todavía no se juega el paso a la final de la copa. Cuando salga publicado el artículo ya sabremos si el ingeniero sigue un poco más en River o se va del cuadro millonario de Argentina. Por ahora, mientras lo miro, ninguno de los dos sabemos el resultado. Quizás, tampoco importe demasiado.
Publicado en Revista Sábado de El Mercurio, 5 diciembre 2003.