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Elias Canetti, Guillaume Faye y Kaney West
Josep Massot
Elias Canetti, que sufrió dos dictaduras, hablaba de la conciencia de las palabras y de la responsabilidad del escritor para con ellas. Él se había sentido esclavizado por la oratoria de Karl Kraus y habia sido testigo de la sumisión hipnótica de las masas por los discursos fanáticos. Si el uso espúreo de ciertas palabras ayudaron a provocar la guerra y el Holocausto, ¿podía el escritor ayudar de alguna manera a evitarlos? Lo que distingue de otras profesiones a un escritor, un músico, un artista o un cineasta es que ellos nos relatan. Estamos tejidos de imágenes, sueños y sonidos, que por medio del arte a veces nos dan placer y otras nos transmiten el escalofrío de las zonas de sombra. Si hasta hace poco premiábamos a los escritores y ensayistas porque nos revelaban con un sentido humanista lo que no queremos saber de nuestra sociedad y de nosotros mismos, buena parte de la literatura de hoy es incapaz de imaginación y empatía, ya sea de meterse en la piel de personajes ajenos a ellos, ya sea de universalizar literariamente las experiencias del Yo, como practican con estilos radicalmente opuestos Coetzee o Annie Ernaux. En mi caso, me siento incapaz de elogiar aquellas obras cuyo único mérito sea el de tratar una temática socialmente problemática o el de aquellas otras que practican un estilo anticomercial sin más cualidad que la de llevar la contraria a lo comercial. Temo también que se ha consolidado el hecho de que la mayoría de novelistas sólo lean novelas contemporáneas y que los cineastas sólo vean películas. Sigue existiendo aquí un complejo de inferioridad ante el pensador, el ensayista o el investigador cultural de otras latitudes: que piensen ellos, porque yo sólo pienso en mí.