
Elias Canetti, Guillaume Faye y Kaney West
Josep Massot
Cada vez que oigo en una película norteamericana eso de «¿jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?», me imagino a un filósofo respondiendo «¡que más quisiera yo!». ¿Quién sabe toda la verdad y nada más que la verdad? Cuando se suponía que todos los estadounidenses tenían que ser cristianos, se juraba haciendo el solemne gesto chamánico de posar la mano derecha sobre la Biblia, el libro de los libros. Hay quien para demostrar sinceridad o amor se lleva la mano al pecho, allí donde para unos está el corazón y para otros la cartera. En España se advierte a los testigos de un juicio de los riesgos penales de cometer perjurio, según otro libro, el código penal. «Prometo o juro por mi conciencia y honor…» entonan con la voz engolada políticos y altos magistrados para acatar el mandato de otro libro, el contrato constitucional que ellos mismos redactaron, promulgaron o reinterpretan, aunque eso no impide que, como se ha visto, muchos de ellos sean los primeros en incumplirlo y conspiren para evitar que la ley sea interpretada con pluralidad de sensibilidades sociales y algunos, de paso, colocar a afines y a familiares y castigar a los díscolos. «No tienes palabra», se solía decir cuando alguien quebrantaba un juramento. La verdad es que hoy es una frase chatarra, como los términos «conciencia» u «honor», difuminados en un nube tóxica de palabrería. «No tienes palabrería» sería un argumento que todo el mundo entendería para vetar un nombramiento. O «Lo siento, no nos sirves, tienes conciencia y sentido del honor».