Joana Bonet
Se dice que la sensibilidad hoy no se lleva, como si se tratara de un estampado de lunares, mientras la hipersensibilidad pertenece al reino de las nenazas y los blandengues, que así se habla. Determinación, coraje, competitividad, fortaleza, el mundo es de quienes se blindan ante el frío o el calor; pieles curtidas, inmunes al estruendo nacional. Gente sufrida a la que da igual dos que cuatro si al final consigue lo que quiere, sujetos impermeables frente a la pobreza moral. O aquellos que con diurnidad, cámaras y alevosía mandan callar soplando al dedo -por mucho que a toda una comandante se le salten las lágrimas de impotencia-.
No padecer de hipersensibilidad parece una ventaja en estos tiempos de atajos y hojas Excel. Pero en el otro extremo están los PAS -personas altamente sensibles-. Los que se sienten abrumados fácilmente por las luces halógenas, la megafonía estridente, los olores fuertes o los tejidos bastos. Los mismos que al entrar en un taxi recomiendan temerosos al conductor que baje la radio y el aire acondicionado. En algunos casos, si estuviera en sus manos también le regalarían un desodorante. Los PAS creen que su vida interior es rica y compleja, y se entretienen escribiéndola con el lápiz de la imaginación. Son capaces de lagrimear o suspirar ante las cinco cúpulas de San Marcos, la vieja locomotora semienterrada por la nieve de Monet o unos espaguetis all’arrabbiata simples y perfectos. Existe un porcentaje de personas -una de cinco según Elaine N. Aron, que empezó a estudiar a las personas altamente sensibles a principios de los noventa- que resulta afectado por diferentes estímulos en mayor medida que el resto. “Cuando uno se reconoce como hipersensible probablemente tenga dudas de si es portador de un don o de una maldición”, leo en el Huffington Post, que incluye un vínculo al test de la hipersensibilidad: “¿Reflexiono sobre cualquier cosa más que los demás?, ¿me conmueven las obras de arte?, ¿cuando alguien se siente a disgusto, suelo saber lo que hay que hacer para hacerle sentir más cómodo (cambiar la luz o los asientos)?”.
Los hipersensibles no siempre son introvertidos. Algunos han sabido desdoblarse a fin de evitar la parálisis, y aun así la estela del síndrome de Bartleby -”preferiría no hacerlo”- emerge como escudo para no enredarse en experiencias abrumadoras. Los PAS, que de jóvenes preferían los pubs a las discotecas, atesoran la soledad y en sus encierros atienden a los pequeños matices que diferencian lo estándar de lo especial. Heridos en exceso por las críticas, tienden al autorreproche y a fustigarse cuando no están satisfechos de sí mismos. También se les define como muy reactivos emocionalmente, observadores, educados y propensos a la melancolía, para la cual no se medican, ya que lo suyo no es ni defecto ni virtud, ni suerte ni condena. Forma parte de su vagar por la vida con los seis sentidos y una gastritis.
(La Vanguardia)