Con sentimiento y consentimiento
En las relaciones siempre hay un lado luminoso y un lado oscuro”, le digo a la chica, apenas 19 años, dentro de un taxi. Ella me responde: “Siempre es oscuro”. No decimos nada más. Trae un lamento antiguo y derrama su tristeza en ese auto, un espacio público que por unos momentos convertimos en diván freudiano; la cabeza apoyada en la ventanilla, afuera la noche azul petróleo salpicada por colas de neones. Los taxis son escenarios proclives a las confesiones. El conductor puede estar tan próximo o tan lejano como queramos. Incluso puede ser invisible. “Siempre es oscuro”, dice. Parece un verso de Auden. Es Pizarnik, Ajmátova, Plath, Sexton, Vilariño, Joplin, Winehouse. Es Sissí Emperatriz. No hay consuelo. Es la tragedia del amor romántico, cargado de una venenosa expectación. Porque en la mayoría de relaciones de amor adolescentes pesa más lo oscuro que lo luminoso: lo que no se tiene. Lo escribió el gran poeta cordobés Vicente Núñez: amor es con sentimiento y consentimiento.
Mucho se ha hablado de la importancia del no en las relaciones sexuales, hasta el extremo de tener que soportar locuciones redundantes en un mundo de adultos: “no es no”, repiten una y otra vez las víctimas de abusos en todas las latitudes. Las palabras modifican la vida, y el no es una pieza clave. El no es redentor. Sin él se entiende que hay consentimiento. Que un hombre viole a una mujer –o a otro hombre– desoyendo la negación de su víctima no entraña en modo alguno aceptación. Qué bien lo explica la obra de teatro que se titula precisamente así, Consentimiento, escrita por Nina Raine y dirigida por Magüi Mira en el teatro Valle-Inclán de Madrid, que escarba en aquellas relaciones en las que el silencio no siempre quiere decir sí.
En el currículum existencial de los llamados millennials, el amor ha conseguido escasos másters. Además de bautizarse en la precariedad, víctimas impotentes ante la crisis, recibieron una primera educación sexual a través del alud de porno online, y algunos llegaron a creer que el sexo era aquello. Hoy la normalización del machismo entre los jóvenes se dispara. Y muchos de ellos ponen en duda el constructo del amor romántico, hijos de padres con segundas, terceras o cuartas parejas.
Hace unos meses, Jean Twenge, titular de Psicología en la Universidad de San Diego en California, publicó una investigación en la que demostraba que, pese a tratarse (supuestamente) de la generación que concibe la vida en pareja de forma más liberal y disfruta de una sexualidad más desinhibida, fluida, y sin compromiso, los millennials tienen hoy, de media, menos relaciones que nosotros, sus padres. Ocho frente a once, en la misma franja de edad. Y es elocuente su cautela. Su no.