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La caída del imperio ilustrado occidental

Por 25 de junio de 2024 junio 26th, 2024 Sin comentarios

Juan Lagardera

¿Qué está ocurriendo a nuestro alrededor, en un mundo que se anunció feliz y opulento tras la caída del Muro de Berlín y el desguace de lo que Churchill bautizó como Telón de Acero? Hace de ello más de tres décadas y el desorden se apodera de nosotros. ¿O es solo apariencia, una construcción mediática ante un tiempo que se acelera y se inunda de ruido?

Tras varios días por las costeras del Montgó rindiendo lectura a Proust y a sus traductores, sigo prefiriendo a Pedro Salinas y compruebo las pinadas secas, enrojecidas por la falta de verdor. Una tormenta extraordinaria desencadenó unas inundaciones impropias de la primavera tardía en estas latitudes. Me alegré por los pinos, pero me fastidió una reflexión sobre la necesidad de prevenir incendios en tiempos de sequía. He devuelto al archivo las líneas embastadas, porque la lluvia tiene la virtud de hacernos olvidar muy pronto que es necesario actuar antes de que ardan los montes, sobre todo cuando se trata de espacios naturales de gran valor como lo es el parque del Montgó, el promontorio rocoso en los límites levantinos de la Península, espacio vigía frente a la piratería berberisca, antaño.

En plena dana, que antes llamaban de muy otras y distintas maneras meteorológicas, cambié de tema para entrar al análisis de las últimas elecciones europeas. La idea que me rondaba consistía en tomar algo de distancia respecto del clima político español, tan verdulero y endogámico, cuyos penúltimos episodios consistían en que parte de la judicatura, secundada por la oposición, se rebela contra la corta mayoría legislativa, mientras el ejecutivo se entorpece con sus aliados parlamentarios en lo que más bien parece el reparto de un botín corsario.

Un estupendo artículo del columnista Juan Ramón Gil desde su base alicantina publicado a los pocos días, también me planchó el esbozo político que andaba rumiando. Alertaba Gil del pobre recorrido de las disputas democráticas en la corrala nacional frente a la irrupción del populismo político ultra en buena parte de Europa, en particular la zozobra que se ha desatado en los dos pilares de la Unión Europea, los del eje franco-alemán.

La marejada en Francia es intensa, con elecciones vivas, los históricos gaullistas en crisis profunda y la izquierda tratando de emerger de su anodina coyuntura y el radicalismo de Melenchon. Emparedado, una vez más, el exsecretario de Paul Ricoeur, pequeño bonapartista, Macron. No tardarán en llegar los comicios británicos, con el previsible hundimiento conservador, que se anuncia histórico, abriendo paso al renacer laborista. Inglaterra, siempre a contracorriente del continente. Le ayuda su sistema político de elección por mayorías, menos plural aunque mucho más estable. En cambio, son capaces de jugarse al póker de una mayoría simple el abandono de la Unión Europea o la independencia escocesa.

Así que no me queda otra que ir más allá y coger perspectiva, para tratar de comprender qué diagnóstico esconden los síntomas desatados tras el desmoronamiento del churchilliano Telón que levantaron los soviéticos en la Europa del Este. No hay triunfo absoluto de la democracia liberal como se anunciaba entonces. Treinta años después, en cambio, el nacionalismo agitado por el populismo ha desatado una guerra abierta en Ucrania, tensionando todo el espacio que dominaron los rusos mediante los tanques del Pacto de Varsovia, mientras Oriente Medio está en llamas y Donald Trump coge carrerilla para llegar al primer martes de noviembre en la toma de Washington.

Otros pensadores más conspicuos se han presentado estas últimas semanas con análisis de interés al respecto, tan necesarios como apresurados y tal vez sin la distancia necesaria que procura el paso del tiempo. Franceses mayormente. Un sociólogo clásico como Gilles Lipovetsky, sin ir más lejos, acaba de publicar la versión española de La consagración de la autenticidad (Anagrama), en la que fiel a su crítica de la sociedad liberal desde una posición actualmente socialdemócrata, considera que el proyecto emancipador que nace en la Ilustración ha devenido en el disolvente de los valores colectivos. No deja de ser una explicación de raíz conservadora, mal que le pese, incómoda con los tiempos hipermodernos, acelerados, individualistas y ahora, según su reflexión, enfermizamente «auténticos». Cabriolas colectivistas para una antropología que sigue siendo utópica y romántica al modo descrito por Isaiah Berlin (Las raíces del romanticismo, Taurus).

También francés, pero originario del melting pot libanés, Amin Maalouf se ha dejado entrevistar en nuestro país para el lanzamiento de su ensayo, El laberinto de los extraviados. Occidente y sus adversarios (Alianza), en el que readapta su visión del naufragio de las civilizaciones. Maalouf está predeterminado por la involución mental del mundo árabe y ha visto con mirada muy crítica los fracasos en la construcción de las sociedades multiculturales. El rebrote derechista europeo es consecuencia, en opinión de Maalouf, de la decadencia de las ideologías que devuelven al escenario de la geopolítica mundial los intereses nacionales.

Resulta revelador, pero algunas de esas ideas ya se enunciaron, de otro modo claro está, hace más de un siglo. Contra la inestabilidad de la República de Weimar se alzó un pensador radical como Oswald Spengler. Publicó en más de 1.300 páginas en dos tomazos, La decadencia de Occidente, una furibunda refutación de la democracia, lo que interesó sobremanera a los nacionalsocialistas, de quienes nunca quiso saber nada, al contrario que Carl Schmitt. En realidad, Spengler fue un nietzschiano que creyó en el advenimiento de una nueva era. Años antes, Nietzsche construyó el superhombre con música de Wagner, pero finalmente concluiría que el compositor de las walkyrias era un egotista sin escrúpulos. A Spengler le pasó con Mussolini, al que saludó como un nuevo César hasta que vislumbró el tono folklórico y emplumado del fascio italiano.

Un pensador paralelo, no tan efusivo y más vinculado a la historia y lógica del derecho que a la filosofía política, el citado Schmitt, reaccionará a la crítica marxista de la democracia «burguesa» y su propuesta de una dictadura del proletariado, postulando un estado total nacional. Sin democracia. Una dictadura justificada, mixtificada a conveniencia. Lo viene explicando con denuedo el profesor José Luis Villacañas desde hace lustros. ¿Ya se había olvidado a Kant y su paz perpetua? Hacía mucho tiempo. En aquel periodo de entreguerras se quebró la idea de nación y se sustituyó por la lucha de clases. ¿Hemos vuelto a esa lógica de las naciones como sugiere Maalouf y, por lo tanto, es previsible la aparición de teorías políticas que restrinjan el parlamentarismo?

En España, el régimen de Franco alentó también la creación de doctrinas que sirvieran para impugnar los valores liberales. El franquismo no solo demonizó a la democracia de «la pérfida Albión», que entre otras cosas nos había «robado» Gibraltar, sino que apadrinó a Gonzalo Fernández de la Mora, autor de El crepúsculo de las ideologías (1965), el intento más serio desde el punto de vista académico por dotar al franquismo de un corpus filosófico-político, una vez el falangismo ya resultaba incómodo. En su denso manual a la carta del régimen, Fernández de la Mora criticó las ideologías con agudeza, pero se equivocó al vincularlas al nacionalismo y no pudo más que hacer malabares intelectuales para justificar el franquismo en su vertiente más paternalista. De la Mora, recordémoslo, fue la primera y fallida escisión ultraderechista que padeció la Alianza Popular que quiso democrática a la británica  Manuel Fraga.

Nada nuevo, por lo que antecede, esta colisión del liberalismo fruto de la luz de la Ilustración con el pensamiento de raíces autoritarias. Tal vez, lo original del momento actual sea la aceleración de la realidad, acentuada por la universalización de los dispositivos de información, lo que produce en el sistema una inestable sensación de vértigo en medio de una alta densidad de lenguajes y canales difusores. Mientras una parte del mundo se lanza a vivir en irreales resorts turísticos, otra navega en pateras a la conquista del muro europeo o cruza el río Bravo. En tanto una parte de la juventud vive idiotizada en sus redes sociales, otra se repliega sobre sí misma y no acepta el esfuerzo como mecanismo para acceder a los deseos de un mundo que se vende como opíparo y futurista. La política clásica apenas da respuestas y sus líderes solo hablan medio minuto para la televisión en formato eslogan publicitario, el claim. En realidad, tal vez tenga razón Robert D. Kaplan, el original pensador norteamericano que lo fía a la influencia de la geografía. «Europa tiene que pensar en Rusia como un problema continuo, que podría ir a peor», ha declarado en una reciente entrevista a El Periódico de España, poco antes de participar en el foro que Prensa Ibérica ha organizado en Valencia, donde ha sido más apocalíptico. Kaplan augura un aluvión demográfico sobre Europa aún mayor que el actual, la llegada de infinitos contingentes africanos que pueden provocar sobre  la envejecida población europea los efectos políticos indeseables que estamos avizorando ahora mismo. Buen momento para pensar lo complejo.

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Juan Lagardera

Juan Lagardera (Xàtiva, 1958). Cursó estudios de Historia en la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha trabajado a lo largo de más de treinta años en las redacciones de Noticias al Día, Las Provincias y Levante-EMV. Corresponsal de cultura del periódico La Vanguardia durante siete años. Como editor ha sido responsable de múltiples publicaciones, de revistas periódicas como Valencia City o Tendencias Diseño y también de libros y catálogos de arte y arquitectura. Desde su creación y durante nueve años fue coordinador del club cultural del diario Levante-EMV. Ha sido comisario de diversas muestras temáticas y artísticas en el IVAM, el MuVIM, el Palau de la Música, la Universidad Politécnica, el MUA de Alicante o para el IVAJ en la feria Arco en Madrid. Por su actividad plástica recibió la medalla de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos. En la actualidad desempeña funciones de editor jefe para la productora de contenidos Elca, a través de la que renovó el suplemento de cultura Posdata del periódico Levante-EMV. Desde 2015 es columnista dominical del mismo rotativo. Ha publicado tanto textos de pensamiento como relatos en diversos volúmenes, entre otros los ensayos Del asfalto a la jungla (Elástica variable, U. Politécnica 1994), La ciudad moderna. Arquitectura racionalista en Valencia (IVAM, 1998), Formas y genio de la ciudad: fragmentos de la derrota del urbanismo (Pasajes, revista de pensamiento contemporáneo, 2000), La fotografía de Julius Shulman (en Los Ángeles Obscura, MUA 2001), o El ojo de la arquitectura (Travesía 4, 2003). Así como la recopilación de artículos de opinión en No hagan olas (Elca, 2021), y sus incursiones por la ficción: Invitado accidental. El viaje relámpago en aerotaxi de Spike Lee colgado de Naomi C. (en Ocurrió en Valencia, Ruzafa Show, 2012), y la novela Psicodélica. Un tiempo alucinante (Contrabando, 2022).

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