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El asalto a la democracia imaginado por los escritores

Por 3 de febrero de 2021 febrero 6th, 2021 Sin comentarios

Juan Lagardera

Un gigante de las libertades con pies de barro. Era verdad. Viendo en la tarde del día de Reyes el asalto al Capitolio de Washington quedó en evidencia lo que tantos escritores y cineastas han venido narrando sobre los peligros de la ultraderecha patriótica norteamericana, cuyo modus cogitatio se ha diseminado gracias a Internet entre amplias franjas de la población. Puede que predominante, incluso, entre las familias medias religiosas, los blancos silvestres más desclasados, los vaqueros sureños y del medio oeste, blue collars de las zonas desindustrializadas y, también, entre los muchos latinos muy integrados.

En efecto, existe otro melting pot estadounidense, otra olla donde se entremezclan etnias y diversidades, pero no creando la tantas veces loada utopía de los padres de la nación y de la cruzada antiesclavista de Abraham Lincoln, sino fraguando la distopía de una América neofascista. Solo les faltaba un líder sin vergüenza ni moral, un hijo del circo televisivo capaz de ponerse al frente del imperio hegemónico, Donald Trump.

No he leído a Sinclair Lewis pero la tarde del asalto me recordaba su predicción literaria mi amigo Gerardo Roger, uno de los mejores urbanistas de este país. El joven periodista y luego nobel escritor, Sinclair Lewis, publicaría en 1935 la novela It Can’t Happen Here (Eso no puede pasar aquí), una fábula política en la que Franklin D. Roosevelt perdía las elecciones frente a un candidato demagogo y totalitario, simpatizante oculto de nazis y fascistas europeos, que emerge con el apoyo de la América más profunda y rural azotada por la depresión económica.

Un argumento semejante fue novelado mucho después por Philip Roth, en 2005. La conjura contra América también presenta a Roosevelt perdiendo las elecciones ante el héroe de la aviación, Charles Lindbergh, un consumado antisemita que deriva a los Estados Unidos durante su ficticio mandato hacia la xenofobia y el aislacionismo. Una novela magistral y perfectamente plausible visto lo visto estos días, considerada una de las mejores de su autor, a quien injustamente no le llegó para alcanzar el Nobel pero que, al menos, recibió el Princesa de Asturias en nuestro país. Tiene también su versión televisiva en HBO.

Más enrevesada es la historia de política ficción que crearía Philip K. Dick en 1962. Apenas un lustro antes de publicar la novela que daría inspiración a la película fetiche Blade Runner, el orwelliano Dick escribió El hombre en el castillo, una obra maestra de la ucronía –que hubiera pasado en la historia si… los nazis lanzan una bomba atómica destruyendo Washington y provocando la rendición aliada.

Mundos cuánticos paralelos y líos amorosos de la protagonista aparte, El hombre en el castillo plantea la nazificación de la historia y del ideario social americano, cuyo exaltado racismo tendría a los judíos y a los negros como víctimas en un mundo que convive con la eugenesia de modo normalizado. La trama del escritor dará pie, décadas más tarde, a una producción televisiva por parte del mismo Ridley Scott que ha sido emitida por Amazon Prime en un largo culebrón desde 2015 hasta 2019.

Estas son solo algunas de las manifestaciones literarias que mejor describen la zozobra política de la democracia liberal americana a manos de fuerzas profundamente reaccionarias; pero hay más, muchas más. Se trata de un tema clásico en la cultura estadounidense con múltiples variantes.

La atmósfera racista, densa y conservadora del profundo Sur constituiría prácticamente todo un subgénero del cine y la literatura norteamericana (Faulkner, Tennessee Williams, Harper Lee…), del mismo modo que las denuncias del Ku-klux-klan compendian todo un capítulo aparte con el cineasta Alan Parker (Arde Mississippi, 1988) a la cabeza.

Otros apartados serían los retratos de los grupos supremacistas filmados por Costa Gavras o Michael Moore, o las conspiraciones ultras en las cloacas del sistema tan frecuentes en las películas de Oliver Stone, Tim Robbins o Spike Lee, este último verdadero adalid de la denuncia negra contra la discriminación y los perversos efectos psicosociales de la esclavitud: su reciente y corrosivo film Infiltrado en el KKKlan (2018), mereció incluso el premio del jurado en un festival tan institucional y progresista como Cannes.

Por lo demás, el declive del western –por costoso de producir– nos ha privado de continuar conociendo historias macabras sobre el exterminio de los nativos americanos, tan de moda en los 60 y 70 (Pequeño gran hombre, La puerta del cielo, Bailando con lobos…), por no hablar del antijudaísmo, muy presente en el país más allá de Manhattan como escribieron Saul Bellow o Bernard Malamud. Y no quiero dejar de citar a algunos de los grandes cineastas del cine político más clásico, de Frank Capra a Preston Sturges o el mismísimo John Ford (El último hurra, 1958) quienes no necesitaron asimilarse al izquierdismo comunista para defender los valores de un sistema político que desde su nacimiento se fundamentó en la libertad y el respeto al disidente.

Pero al respecto de la intrincada mezcolanza de la civilización norteamericana conviene adentrarse en un libro de gran rareza pero de mucha utilidad para tratar de comprender el alma de ese país. Son las poéticas memorias de un político, miembro de una larga saga de políticos, circunstancia habitual en los EEUU: La educación de Henry Adams, 1907, publicado en nuestro país por Alba en 2001. Henry Adams recopila sus impresiones como nieto de un presidente, hijo de embajador, congresista, profesor en Harvard y turista en Europa. Adams defiende la educación como único camino hacia la convivencia, pero cree que los imperios no pueden sostenerse solo con una sobredosis de equilibrios y, al mismo tiempo, reconoce que el vigor americano proviene del caos de una sociedad multirracial y joven, “sexualmente activa”.

Queda claro entonces que el asalto al Capitolio no es un episodio casual. Lleva tiempo larvándose y transita más allá de la ideología que abandera el Partido Republicano y con la que incluso se puede comulgar –libre mercado, pocos impuestos, estado delgado, americanismo…–. Aunque a partir de ahora los republicanos van a necesitar una gran catarsis para disociarse de Trump y los delirantes creyentes del movimiento QAnon, agitadores de las redes sociales por donde difunden teorías conspirativas de alcance paranoide.

El tipo disfrazado de búfalo, tatuado y semidesnudo entre el mobiliario de los ilustres congresistas fija la imagen del descenso de esos anónimos negacionistas a los infiernos de la América perturbada, a la “gran desolación americana” como ha definido Paul Auster: Proud Boys con barbas, gorra y chaleco que atacan a los negros, Boogaloos vestidos con camisas hawaianas que propugnan una nueva guerra civil, “aceleracionistas” que consideran acabadas a las democracias por culpa de la corrupción…

No es casual, tampoco, que durante el mandato trumpiano las fantasías nazis en América de Lewis, Dick o Roth hayan vuelto a las listas de libros más vendidos en los Estados Unidos, un país que, en su otra parte, presenta un altísimo nivel de lectura y los mejores departamentos universitarios de literatura. Allí es donde deben estar conspirando los amantes de la democracia fundacional.

 

PD: Algunos días después de publicar este artículo, El País Semanal da cuenta de una larga e intensa conversación entre la especialista en arquitectura, Anatxu Zabalbeascoa, y el heterodoxo novelista norteamericano Chuck Palahniuk, a propósito de la inminente edición española de su último libro, El día del ajuste, en el que se narra un premonitorio asalto al Capitolio de Washington durante una nueva guerra civil de carácter étnico desatada en los EEUU. Ver el enlace: https://elpais.com/elpais/2021/02/05/eps/1612523374_425722.html

 

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Juan Lagardera

Juan Lagardera (Xàtiva, 1958). Cursó estudios de Historia en la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha trabajado a lo largo de más de treinta años en las redacciones de Noticias al Día, Las Provincias y Levante-EMV. Corresponsal de cultura del periódico La Vanguardia durante siete años. Como editor ha sido responsable de múltiples publicaciones, de revistas periódicas como Valencia City o Tendencias Diseño y también de libros y catálogos de arte y arquitectura. Desde su creación y durante nueve años fue coordinador del club cultural del diario Levante-EMV. Ha sido comisario de diversas muestras temáticas y artísticas en el IVAM, el MuVIM, el Palau de la Música, la Universidad Politécnica, el MUA de Alicante o para el IVAJ en la feria Arco en Madrid. Por su actividad plástica recibió la medalla de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos. En la actualidad desempeña funciones de editor jefe para la productora de contenidos Elca, a través de la que renovó el suplemento de cultura Posdata del periódico Levante-EMV. Desde 2015 es columnista dominical del mismo rotativo. Ha publicado tanto textos de pensamiento como relatos en diversos volúmenes, entre otros los ensayos Del asfalto a la jungla (Elástica variable, U. Politécnica 1994), La ciudad moderna. Arquitectura racionalista en Valencia (IVAM, 1998), Formas y genio de la ciudad: fragmentos de la derrota del urbanismo (Pasajes, revista de pensamiento contemporáneo, 2000), La fotografía de Julius Shulman (en Los Ángeles Obscura, MUA 2001), o El ojo de la arquitectura (Travesía 4, 2003). Así como la recopilación de artículos de opinión en No hagan olas (Elca, 2021), y sus incursiones por la ficción: Invitado accidental. El viaje relámpago en aerotaxi de Spike Lee colgado de Naomi C. (en Ocurrió en Valencia, Ruzafa Show, 2012), y la novela Psicodélica. Un tiempo alucinante (Contrabando, 2022).

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