
Jesús Ferrero
Es tan común decir que los niños son inocentes como que son malvados. Ambas visiones no dejan de ser una mentira heredada, que sólo sirve para no pensar en la raíz del problema, en su misma materia. El hombre es un mamífero y bien puede decirse que todo mamífero está preparado para matar, preparado para sentir deseos de hacerlo y preparado incluso para controlar esos deseos. Dicho lo cual podemos añadir que todo mamífero está preparado para encarnar, ante el otro, el mal absoluto: la aniquilación.
En ese aspecto, el mal en un niño es siempre algo esbozado, y que ni siquiera en los casos de niños muy prematuros en la asimilación de la maldad alcanza el peso específico que puede adquirir en la edad madura, cuando la maldad está suficientemente justificada, suficientemente elaborada para desplegar todo su poder y toda su perversidad. Cuando la maldad, digámoslo así, tiene su razón de ser en el sujeto humano y ha madurado, cuando la maldad es ya un asunto trágico e imparable.
Se suele poner como ejemplo definitivo de maldad infantil los niños de Vuelta de tuerca. Pero eso sólo puede hacerlo un lector despistado o demasiado emotivo, un lector patológico, pues si hay un caso de locura en Vuelta de tuerca, abría que dirigir la mirada hacia la institutriz, y en modo alguno hacia los niños, en los que sólo vemos un esbozo de maldad, casi siempre de carácter disuasorio y como medida de autodefensa ante el mundo de locuras envolventes que les rodea.
En Vuelta de tuerca la institutriz se enamora realmente de los dos niños, se enamora hasta la locura, porque su mundo y su vida están tejidos de carencias profundas y devastadoras. Es hija de un vicario severo y toda su existencia ha estado presidida por la más radical carencia afectiva, y cae como un halcón sobre los dos niños. Pero como no puede soportar haberse enamorado profundamente de dos criaturas, empieza a atribuir a sus niños deseos y comportamientos propios de los adultos, empieza a llenarlos de insospechada maldad e insospechados deseos, en una estrategia parecida a la que puede llevar a cabo el secuestrador sexual con su víctima.
Igual es ese el problema de los niños y el mal: más importante que la maldad que se les atribuye sería su naturaleza de libros en blanco, o de libros poco escritos, donde los adultos pueden proyectar toda clase de delirios.
https://cursoliterario.wordpress.com/