
Jesús Ferrero
Cuando escribió De Profundis, Wilde ya no tenía nada que perder, como ya no tenía nada que perder Fitzgerald cuando escribió The Crack-Up. No se arrojaron a un abismo, se arrojaron sencillamente a la verdad. Y en algún sentido llegaron a esa línea boreal a partir de la cual cesa la obra. Qué vértigo y qué valor. Por eso hemos de agradecer textos tan verdaderos, hechos de estremecedora razón, de conciencia y de dolor, y que justamente por eso se sitúan más allá de la literatura, y desde luego más allá, mucho más allá, del sentimiento de aflicción que parecen transmitir.
No hablan de una patología, hablan de la materia real que constituyó sus vidas.
Solo pretendían decir la verdad, y en ese momento de sus existencia llegaron a la conclusión de que la verdad, además de ser un asunto colectivo, es un asunto personal, que halla en la individualidad su fundamento material.
No nos programan para decir la verdad. Desde el primer sollozo de la cuna estamos programados para mentir. Evadir ese destino es una heroicidad.