
Jesús Ferrero
“La ondulación es el movimiento fundamental de la naturaleza”, decía Isadora Duncan.
Hace algún tiempo estuve viendo la exposición temporal que hay sobre ella en París. Mientras examinaba las levísimas huellas que dejaron sus pasos por la tierra (algunas fotografías no demasiado buenas, carteles de sus espectáculos, cuadros y esculturas inspirados en ella, una breve secuencia cinematográfica en la que se la ve dando unos pasos en un jardín lleno de gente) pensaba en la ondulación.
Los taoístas le hubiesen dado la razón a Isadora Duncan, ellos también creían en la ondulación de la naturaleza, en la ondulación de la materia, en la ondulación del ser.
¿Y la estrella danzarina de la que hablaba Nietzsche no era acaso la estrella de la ondulación?
¿La ciencia de las caricias no tendría que ser sobre todo ciencia de la ondulación?
La ciencia de las palabras también.
Y tendría que ser igualmente ondulación el pensamiento.