
Jesús Ferrero
En una de las mejores novelas cortas de Thomas Mann, Tonio Kröger, el protagonista, un escritor que tiende a sentirse en todas partes un extranjero y que ha experimentado con dolor muchas de las miserias derivadas de la desposesión y la posesión (incluida la posesión de un estilo literario), vuelve de adulto a su ciudad natal, que abandonó en la adolescencia, y en ese lugar tan presuntamente vinculado a su identidad acaban conduciéndole a comisaría y acusándole, equivocadamente, de ladrón.
Aquí la ironía de Thomas Mann no tiene precio y siempre me ha parecido un gran hallazgo ese hecho fundamental de la novela. Imaginemos la situación: hace treinta años que no visitas tu lugar natal, finalmente decides regresar como un turista más, y acabas en comisaría acusado de apropiación indebida.
Seguro que a Tonio Kröger lo acusaron porque en algún momento cayó en la debilidad de considerar algo en aquel lugar como propio, y su mirada se convirtió en la de un deseoso, y por derivación en la de un ladrón, según la lógica deductiva de la policía.
Él podía ser inocente, pero su mirada no, quizá porque nunca acaba de perecer inocente la mirada de la posesión.