
Jesús Ferrero
Vivía en una cabaña de tres metros cuadrados, sin calefacción, sin cama, sin sábanas, durmiendo siempre sobre un suelo de grava. El único objeto de la cabaña era un viejo despertador.
Trabajó de sol a sol durante más de treinta años, en régimen de esclavitud. (Los esclavos griegos y romanos eran mejor tratados y dormían más a cubierto y sobre lechos menos incómodos).
Pero no estoy contando una historia de la antigüedad, tampoco una historia de ultramar.
El año pasado se expandió mucho el caso de Zunduri, la mujer esclava de una tintorería de México, que permaneció dos años encadenada del cuello y obligada a planchar día y noche. El caso del que hablo se ha expandido menos, por vergüenza y por miseria moral.
Y también porque se trata de un caso ocurrido en la Comunidad Europea. Concretando más: en el pueblo de Saint-Florent-sur-Auzonnet, del departamento de Gard y de la región del Languedoc-Roussillon, zona meridional del país que acuñó el lema de la igualdad, la libertad y por supuesto la fraternidad.
Al parecer más de un lugareño había sospechado de la situación y había hablado con la asistente social del pueblo que, en lugar de llevar a cabo una verdadera investigación, aconsejaba “mirar hacia otra parte”.
Cuando hace días hospitalizaron a Jacques, padecía una grave enfermedad pulmonar causada por las humedades, y dicen que su espalda semejaba una escuadra y estaba más deformada que la de Quasimodo.
El artículo del que extraigo esta infamia lo firma Sarah Finger, y apareció en Libération. El esclavo de la historia llegó un día a la granja del señor Gérard André, con una pensión por invalidez mental de 800 euros, que pasó a ser cobrada por su patrón, en realidad por su amo. Jacques nunca recibió un céntimo. Se lo quedaba todo Gérard André.
Los vecinos dicen haber conocido casos similares en otros pueblos colindantes, como si la situación de Jacques fuese relativamente corriente en la comarca.
Los franceses llaman a las gentes como Jacques “corazones simples”; nosotros las llamamos “almas de Dios.” Almas de Dios tratadas mucho peor que animales de labranza por más de un hijo del infierno.
Esperemos que el caso de Jacques sea sólo una reminiscencia del pasado. Algún malvado podría pensar algo bastante más inquietante.