
Jesús Ferrero
Como he recibido mensajes de amigos sorprendidos por mi post anterior, empezaré por lo más elemental. Para el psicoanálisis, especialmente el de la escuela de Lacan, todos somos extranjeros para nosotros mismos, como dijera Julia Kristeva, discípula directa del gran psiquiatra francés. Se trata de una evidencia que todos podemos constatar cuando abordamos las zonas más oscuras de nuestra personalidad.
Por otra parte, identificarse y reconocerse en la figura del extranjero no quiere decir serlo. En una película o en una novela nos podemos identificar con un determinado personaje, pero eso no quiere decir ni que seamos ese personaje ni que creamos serlo. Simplemente estamos proyectando nuestros deseos en él.
Respecto a las ventajas e inconvenientes que puede tener encarnar la figura del extranjero, pocos escritores lo han visto mejor que José Donoso. En el libro Correr el tupido velo escrito por su hija Pilar (un testamento que sangra en cada página y que aconsejo leer a todos los amantes de la obra de Donoso) rescata del diario íntimo del autor de Lugar sin límites y El obsceno pájaro de la noche esta reflexión sobre la extranjería:
Ser extranjero es tener que identificarse, explicarse a sí mismo ante cada persona y volver a definirse ante cada situación. En el país propio no hay necesidad de hacerlo porque se reconocen todas las claves: hablar, vestir, casa, costumbres, dirección…, modismos, todo instantáneamente descifrado. Desde allá (desde el extranjero) uno pensaba con deleite que volvía, justamente, a eso (al regresar a su país natal). Pero con el tiempo una llega a comprender que ese deleite es pasajero, además de esterilizante. Si uno exhibe señas de identidad inmediatamente reconocibles es prisionero de ellas, una terrible máscara de hierro que le impide cambiar constantemente de máscara y uno está condenado a una sola. Se echa de menos la variedad de máscaras que uno podía conjugar allá (en el extranjero), y uno se da cuenta de que la identidad es más rica si es una suma de máscaras diversas, no una sola “persona” esclavizadora.
Al igual que Lacan, Donoso tiene claro que toda identidad (geográfica, cultural, familiar) es una máscara destinada a ocultar la incómoda verdad de nuestro ser, y que si se trata de máscaras, es mejor muchas que una sola. Por lo demás, si caemos en las convenciones de la identidad para señalarnos a nosotros mismos, tendríamos que definirnos según el gentilicio de todos los lugares en los que hemos vivido, nos hemos educado y hemos amado, pues de no ser así, mentiríamos por omisión y negaríamos tanto lo que de verdad somos como lo que no somos: una mutilación a la que nos sometemos cuando optamos por una identidad única. Sería como hacer un solo papel en el teatro del mundo, ¡Qué aburrimiento más aterrador y qué mentira más opresora, sabiendo, como sabemos, que todos estamos partidos por dentro y que somos como mínimo dos!