
Jesús Ferrero
Los especialistas en robótica e inteligencia artificial vaticinan que las máquinas destruirán, en menos de cincuenta años, el sentido de la propiedad.
Para llegar a semejante conclusión llevan a cabo el siguiente razonamiento: en el futuro todas las industrias se verán sometidas a una despiadada competitividad. Debido a ello, prácticamente toda la producción será llevada a cabo por máquinas. En esas industrias, obligadas a abaratar costes hasta el límite de lo posible, la propiedad será un precio añadido e insoportable. Lo ideal será que no tengan propietarios o que sus propietarios aspiren a muy leves beneficios. Ser propietario no será interesante, ni siquiera será viable.
También dicen que ahora mismo los ordenadores tienen el cerebro de un insecto, pero dentro de diez años ya tendrán el de un ratón, dentro de veinte el de un hombre, y dentro de cincuenta el de un dios. Ya para entonces, un solo ordenador podrá albergar en su inmensa inteligencia todo el saber de la humanidad. Podrá además procesarlo y seleccionar, según el criterio infalible que le dará su gigantesca objetividad, lo mejor y lo peor de su memoria. Esa gran mente (¿ese Gran Hermano?) tendrá el poder de resucitar a seres cuya memoria haya quedado depositada en él. Por ejemplo, a partir de las obras de un filósofo y de las imágenes que hayan quedado de él, ese Gran Hermano podría materializar literalmente a ese ser, obligándole a regresar a la vida.
El lector se preguntará si esto es una fábula o una pesadilla. Bien, son las dos cosas a la vez. Porque aquí no se está hablando de una materialización virtual, se está hablando de una materialización real.
El ordenador podrá reproducir la "unidad de carbono" que fue básicamente Jean Paul Sartre, por poner un ejemplo. De modo que Sartre podrá volver a los estudios de televisión y hasta aclarar asuntos que no quiso dejar aclarados mientras le duró la vida material.
El problema, de ser cierto lo que nos cuentan, es que ese Gran Hermano también podrá resucitar a seres profundamente malignos, de los que ha quedado mucha información visual y sonora. ¿Habrá que pensar que en el futuro ni siquiera seremos propietarios de nuestra muerte?