Jesús Ferrero
He vuelto a leer El bosque de la noche de Djuna Barnes, y esta vez he sacado algunas conclusiones. Nos hallamos ante una discípula de Joyce, si bien la Barnes es más expresionista y más cruel que su venerado maestro.
La novela está dividida en tres partes bastante diferenciadas, y quizá por eso Djuna Barnes no las subrayó. En la primera asistimos al despliegue de una serie de personajes errantes, que circulan por París y Viena. Casi todos ellos son unos impostores que se inventan un pasado mucho más noble de lo que fue. En ese sentido son unos esnobs de naturaleza irredimible. El personaje más memorable y más edénico es la desgarbada y hermosa Robin, que sólo envejece “a golpes de niñez perpetua”. Su fuga marca el final de la primera parte.
En la segunda parte asistimos a las andanzas de Robin pero a través de los otros personajes que hablan de ella. Es el envés de la primera parte y podía haberse titulado La fugitiva.
La tercera parte es muy breve, y narra el reencuentro entre Robin y Nora gracias a los jadeos de un perro que parece una bestia apocalíptica, y que no obstante es acorralado por la rabiosa Robin. La ceremonia del encuentro se lleva a cabo en una iglesia.
La novela también puede verse como un díptico con una bisagra: el capítulo final.
Cuando uno va leyendo la novela, tiene la sensación de estar atravesando un bosque muy tupido. Lo sientes en cada página. Ni debes ni puedes atravesar ese bosque con precipitación porque te perderías muchos diamantes semiocultos entre la hierba.
Según avanzas en el texto, te sientes flotando en un mundo absurdo y a la vez lleno de significación.
Algunos personajes hablan con el doloroso clamor de Max Estrella: por ejemplo el doctor, que es otro impostor dedicado a la medicina clandestina. Su voz resuena continuamente en el bosque de la noche, porque el doctor es un charlatán más allá de todo límite. Consigue contestar a lo que le preguntan y a la vez irse por las ramas. Lo suyo es un continuo monólogo interior en voz alta, a través del cual percibimos un alma inmensamente trágica y barroca.
Su muerte indica el final de la segunda parte, su muerte abre de par en par la oscuridad y nos prepara para el reencuentro de la matriarca Nora y la silvestre Robin en una capilla ubicada en mitad del bosque de la noche.
La gran novela de Djuna Barnes es mas actual ahora mismo que en el momento en que fue publicada por primera vez, porque ahora todos vivimos en el bosque de la noche, ya convertido en una jungla.
La noche de ahora mismo es una jungla más tupida que el bosque de Djuna. Dicho de otra manera: estamos regresando a la era de los cazadores, anterior a la de los recolectores y los agricultores sedentarios. Volvemos a la edad en la que el mundo se dividía en presas y cazadores, y solo ellos habitaban la jungla de la noche.
Retornamos al período anterior a las ciudades (las ciudades están desapareciendo por extensión y emborronamiento de sus límites) y la jungla se expande, si bien se trata de la jungla humana.
Ahora o cazas o te cazan. Un paradójico camino a la inversa: del bosque, que es una selva humanizada, a la jungla, que es de naturaleza inhumana.