
Eder. Óleo de Irene Gracia
Jesús Ferrero
-I-
Ramón Eder es un hombre grave y sereno, circunstancia que no evita que pueda alegrarte la vida con notas esparcidas de humor, como en una pieza de Erik Satie. Sus aforismos van tejiendo una melodía luminosamente quebradiza y envolvente, donde el pensamiento va discurriendo de modo fragmentario: a saltos de baile clásico.
De sus libros de aforismos el que más me gusta es Aire de comedia. El vino de esa cosecha, selectiva y remozada, es cosa seria y a la vez tremendamente humorística. El vino de esa cosecha es, hablando en plata y bajo una palmera solitaria, la formalización de la excelencia.
Para Eder la vida es una materia ondulante, que no se puede abordar sin ironía, y a ser posible en un café de techos altos, lleno de simetrías francesas y pequeñas galaxias escondidas bajo la copa de vino de Borgoña.
Hasta ahora Ramón se ha dedicado, básicamente, a emitir relámpagos en forma de poemas y aforismos, pero juraría que lleva años construyendo una obra narrativa de bastante envergadura, y probablemente despiadada en alguno de sus momentos. No lo sé, simplemente lo sospecho. Ramón no me ha dicho nada a ese respecto, pero los viejos amigos las cazan al vuelo, las palabras, claro está, y de paso también los silencios.
Y los silencios de Eder suelen ser manifestaciones fundamentales de la elocuencia, quizá porque sabe que para que las palabras resalten es necesario envolverlas de silencio y dejar que resplandezcan como islas caribeñas en un plácido atardecer.
Ramón vive junto a un precipicio que da al mar bravío. Yo le llamo el aforista junto al abismo.
-II-
A continuación escojo siete gemas de su último libro Palmeras solitarias:
La vida es una ficción basada en hechos reales.
Un aforismo es una jaula de la que se escapa un pájaro.
Existe un tipo de generosidad que consiste en regalar nuestra ausencia.
El arte de la injuria les interesa mucho a los resentidos.
El mar es maravillo pero se tragó el Titanic.
Nadie es tan poca cosa que no ocupe exactamente el centro del universo.
Uno solo conoce sus límites si ha intentado rebasarlos.