Jean-François Fogel
Al leer la selección de los mejores libros del año 2005 en el Financial Times, veo cinco novelas traducidas al inglés. Si descartamos una del israelí David Grossman y el último libro del japonés Haruki Murakami, que se convierte con razón en un éxito en todas partes, quedan tres escritores de América Latina: Rodrigo Fresán (Argentina), Pedro Juan Gutiérrez (Cuba) y Gabriel García Márquez (Gabo, un país en sí mismo).
No sorprende la presencia de Fresán. Desde Historia argentina no se discute su talento y Jardines de Kensington, que se basa en la vida de J.M. Barrie, el creador de Peter Pan, era un imán para lectores ingleses. Pero hay que pensar en cómo valoramos los escritores al ver Gutiérrez y Gabo en la lista. Todos hemos oído decir, cuando no lo decimos, que Gutiérrez es pura chabacanería, sexo barato y suma vulgaridad. Bien, aquí esta. No con Nuestro G.G. en La Habana, un largo cuento que utiliza la figura y la supuesta flema de Graham Greene, sino con otro libro de chabacanería, sexo, etc. ¿Despreciamos la innegable energía de Gutiérrez?
Pero es la presencia del Gabo la que más da para reflexionar. De Memoria de mis putas tristes se dijeron muchas cosas negativas en el mundo hispanohablante. Al leer el Financial Times, me atrevo a decir ahora que fue por una razón sencilla: la presencia de emociones y visiones que ya habíamos encontrado en novelas, cuentos y artículos del escritor. Los anglosajones, que no han leído tanto a Gabo, no tuvieron dudas al descubrir la traducción. Y lo pusieron sin pensarlo dos veces al lado de otra obra de otro premio Nobel: La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata.
Busco la reseña del libro de Gabo que escribió John Updike, en julio pasado, en “The New Yorker”. Dice con entusiasmo que ese libro “no habla tanto de amor como de vejez y enfermedad” y añade: “La belleza dormida solo tiene que dormir”. Al esperar del Gabo una historia de amor que sea más que el mero sueño de una adolescente, no se puede alcanzar la visión filosófica de Updike resumida en su última frase: “el setentón Gabriel García Márquez, aprovechando que sigue vivo, ha compuesto, con su gravedad sensual de siempre y su humor olímpico, una carta de amor a la luz que se apaga”.