Jean-François Fogel
Con la salida en EE UU de la traducción de su novela Los detectives salvajes, Roberto Bolaño pasa obviamente a otro nivel de fama. Era un gran escritor en español. Ahora es una figura de la literatura mundial, cuya obra supone análisis de fondo. El cambio de tamaño parece definitivo si uno nota cómo el larguísimo artículo de The New Yorker recopila, dentro de sus palabras clave para la indexación, “infrarealistas”, el nombre del grupo poético de Bolaño en la etapa mexicana de su vida. Cuando los yankees se preocupan del infrarealismo (de manera global el mundo nota el exceso de realismo en la manera gringa de actuar) no se puede negar que pasa algo.
Daniel Zalewski, el autor del artículo, concluye su análisis de la novela con una fórmula contundente: “It’s a style worthy of its own name: visceral modernismo” (es un estilo que se merece su propio nombre: modernismo visceral). La culpa del mundo hispanohablante es tener al producto Bolaño sin tener al servicio de marketing para vender el producto. Los ingenuos latinos hablaban de libros, los maestros del comercio proponen otra cosa: “modernismo visceral”. Con este nombre, se va a vender como pan caliente.
Alex Abramovitch, una firma que aparece en The New York Times, confirma de manera indirecta la nueva definición del escritor chileno en otra larga reseña, publicada por Book Forum. Recupera el término “realismo visceral” que utiliza el autor en su novela para notar: “The visceral realists have lofty aspirations, but Bolaño is too down-to-earth to romanticize them” (los realistas viscerales tienen altas aspiraciones, pero Bolaño es demasiado pegado a la realidad para ablandarse).
Hay que notar, más allá del gran número de artículos sobre los detectives, cómo todo favorece, a nivel comercial, la instalación de Bolaño en el panteón de la literatura en la otra orilla del Atlántico. Es un escritor muerto (lo que permite crear una leyenda de manera cómoda), tiene siete traducciones por venir y existe el rumor de que su obra maestra (2666) está por venir. Entonces, echamos una visceral bienvenida al Bolaño nuevo, conquistador del territorio gringo.