Jean-François Fogel
A veces, uno lee un artículo pensando “ya lo sabía”. Me ocurre hoy al descubrir un análisis que parece una meditación de Celia Szusterman, una profesora de «estudios latinos» en el sitio de Open democracy. ¿Qué dice ella? Una cosa sencilla: cuando vemos el auge de la izquierda en América Latina, sería más sabio hablar de un retorno del populismo nacionalista. Lo vi de manera obvia en la enorme concentración que provocó Kirchner para el tercer aniversario de su llegada al poder. Este señor busca su papel en la película Evita. Es un peronista de raza pura y lleva su país hacia lo que es el corazón denso y duro de la cultura política de su tierra. En este caso, el autoritarismo que desprecia la democracia.
No hay ningún desprecio en lo que es una mera observación. Existen culturas políticas de las que los países no pueden desprenderse. En el caso de Francia, es la inestabilidad mal maquillada detrás de un supuesto racionalismo cartesiano. Desde la Revolución (la de 1789) Francia ha tenido dos imperios, tres monarquías, cinco repúblicas, un consulado, dos directorios («directoire» ni siquiera tiene una buena traducción al castellano); y hay que añadir a la lista el vergonzoso gobierno de Vichy que colaboró con los nazis. Un francés no se encuentra nunca en posición de dar una lección de política a ningún ciudadano de otro país del mundo, pero aquella situación no impide reconocer unos rasgos estables en una nación vecina.
Y además, este proceso no tiene que utilizar la historia y la política. Funciona bien, a veces mejor, con la cultura. Siguiendo con la Argentina creo que el movimiento de Kirchner caminando hacia el corazón político de su país se parece a lo que acaba de hacer el cantante Andrés Calamaro con relación al patrimonio musical de su país.
Visto desde París, Calamaro pasó por un momento clave en su generosa biografía: participó en la creación de «Los Rodríguez», la única banda hispanocantante que se puede comparar con los grupos míticos del rock anglosajón. Basta visitar una tienda y ver dónde son ubicados los discos de «Los Rodríguez» para entender que, tal como los de The Beatles o The Police, no pueden desaparecer. Y de pronto, este mismo Calamaro alcanza hoy la cumbre de la melancolía tanguera. Vuelve, mejor dicho nos trae a todos, a sus raíces: un canto de derrota sentimental, de vejez y vida perdida para decir esas historias que se cuentan con música de bandoneón. Pero hay una sorpresa: la presencia insuperable de la guitarra de Niño Josele. Sabemos que con la guitarra flamenca, todo cabe. Acepta la clave cubana como los textos de Georges Brassens o Léo Ferré. En este caso, la misma guitarra sostiene diez tangos de los más clásicos (cuatro son de Gardel) y no hay manera de eludir un pensamiento único: esto, sí, es Argentina y Calamaro está en su tierra.
Tinta Roja -título del disco- es una joya de una belleza triste; merece la palabra clasicismo. Calamaro vuelve así del rock internacional al tango de su país como una persona que dice basta ya de ir por todas partes y negarse a sí mismo. ¿Quién va a creer que este cantante que dice «quiero emborrachar mi corazón para apagar un loco amor que más que amor es un sufrir» es el mismo que lanzaba frente a muchedumbres, en una nube de marihuana, «Mi corazón, mi corazón es un músculo sano pero necesita acción»?