Jean-François Fogel
Es un pequeño libro: La travesía de la noche. Lo publica un pequeño editor madrileño: Arena Libros. Viene en una pequeña colección de relatos: “Libros del Último Hombre”. Lo único grande es lo que cuenta el libro: el valor tranquilo de una mujer que se encuentra en la «noche oscura».
«De momento -se lee en la primera página- estoy en un edificio en el interior del campo de Ravensbrück, llamado bunker. Es una prisión que sirve también de calabozo. En ese caso no hay ni manta ni jergón, se distribuye el pan cada tres días; la sopa cada cinco días. La condena al bunker va acompañada de un apaleamiento: veinticinco, cincuenta o setenta y cinco golpes, a los cuales raramente sobrevive la detenida».
El relato que sigue esas líneas no ocupa más que treinta y nueve páginas en el librito, pero es un monumento de dignidad humana, de fe y de un valor cargado de humanismo. Lo leí en el momento de su publicación en francés (La traversée de la nuit). Acabo de releerlo en su traducción al castellano y queda intacta la sensación de oír una voz más alla de la muerte. Aunque el texto habla del sufrimiento humano con una desnudez total, aplastante, parece una lucecita imposible de apagar. Es más que literatura o testimonio literario. En su renuncia a cualquier efecto literario, en su ausencia de una condena verbal de los asesinos y torturadores, el texto consigue aislar y entregar al lector, como en un extracto de perfume, el soplo de la vida que continúa a pesar de la muerte, que ya está al lado de la autora.
Después de tantas horas leyendo Les Bienveillantes de Jonathan Littell, la novela que provoca un terromoto literario en Francia con la muy creíble historia de un miembro de la Waffen-SS, la lectura de La travesía de la noche cambia todo en unos minutos. Su autora, Geneviève de Gaulle Anthonioz, esperó más de cincuenta años antes de liberarse de la historia de su superviviencia en el bunker de Ravensbrück. Sí, se llama de Gaulle. Era la sobrina del General, hablaba alemán y para los oficiales SS su destino, su ineludible muerte, era un problema frente a una posible victoria de los aliados. Claro que su apellido le salvó la vida. Ella no lo dice, pero se entiende muy bien. Tal como se entiende la imposibilidad, a pesar de tener una industria de la muerte, de aplastar a un ser humano. Aun en la soledad de una «noche oscura» hay espacio para la fe religiosa y el calor de la convivencia pasada.
Por su papel en la resistencia contra los nazis en Francia, por su actitud en los campos, y por su trabajo después de la guerra en un grupo, ATD Quart Monde, la primera ONG en Francia que se dedicó a luchar contra la pobreza extrema, Geneviève de Gaulle Anthonioz fue una persona aparte. Un monumento. Utilizar la palabra valor para hablar de ella es un poco mezquino. Hay otra. Pero ella la rechazó siempre. En sus pocas entrevistas, solía decir: «no me gusta la palabra heroísmo».