Jean-François Fogel
Nunca hubo fluidez entre Argentina y los vecinos de su continente. Conocemos la definición clásica: un argentino es un italiano que vive en América Latina y se cree británico. Borramos el británico que no es tan obvio ahora, ponemos europeo y la fórmula sigue igual de buena. Se comprueba con la jerga de Buenos Aires, donde se habla de "sudacas" "bolitas" o "chilotas" para nombrar a los vecinos.
La vieja idea del error geográfico de un país que se encuentra en un lugar del mundo que no le corresponde, dejó una huella permanente en la cultura del país. La literatura no se escapa de esta visión si miramos la Breve historia de la literatura Argentina (Taurus) que publica un poeta y profesor, Martín Prieto. Es un libro que tiene la forma de un manual y cuyo título miente de manera vergonzosa. Con más de 550 páginas de gran tamaño (incluyendo 15 de índice onomástico) no es una historia breve.
Tanto papel da mucho espacio para citar autores. Un lector francés se da cuenta de la potente verdad del siglo veinte. Los otros países de América Latina han tenido escritores que llegaron a ser leídos fuera, pero Argentina cuenta con un flujo de estrellas que consigueron la fama en todas partes: Arlt, Bioy Casares, Borges, Cortázar, Tomás Eloy Martínez, Ocampo, Puig, Sábato.
No son figuras menores y tampoco es menor la mirada que los autores argentinos dan hacia afuera. Viajes a Europa, recepción de visitantes europeos, lectura de maestros europeos. El dramaturgo Copi (Raúl Damonte) y el escritor Héctor Bianchotti, que es miembro de la Académie Française, no son desertores que se fueron a Francia, sino soldados de un puesto avanzado de las letras argentinas.
Por el contrario, hay una pobre presencia del resto del continente latinoamericano en la Argentina literaria tal como la resume Martín Prieto. Hasta los uruguayos tienen dificultades para entrar en el país vecino. La recopilación de aquella breve historia incluye a Horacio Quiroga (quizás por haber liderado una sociedad de autores) y omite a otro cuentista, Juan Carlos Onetti. Por favor, si Buenos Aires es de un autor, pertenece a Onetti más que a Cortázar o a Sábato.
Martín Prieto recuerda muy bien cómo Facundo, la obra de Sarmiento que ha dado su plena potencia a la literatura argentina, abre con un epígrafe mal robado a Diderot: "a los hombres se degüella; a las ideas no". El enciclopedista francés había escrito "on ne tire pas de coups de fusils aux idées" (no se disparan tiros de fusil a las ideas). Para el crítico Ricardo Piglia poner así en juego una traducción del francés y equivocarse es nada menos que un resumen de "la oposición entre civilización y barbarie".
De verdad, según Prieto, el único no europeo que consigue un impacto en Argentina es Rubén Darío, con una estancia en Buenos Aires de 5 años a fines del siglo diecinueve. Pero su influencia modernista desapareció en 1922 con la llegada de Borges que había vivido 7 años en Europa. Él denuncia una retórica vieja en el discurso del poeta nicaragüense y Buenos Aires vuelve a su normalidad, al diálogo entre Argentina y el mundo no hispanoamericano que es, en el fondo, la expresión de sus artistas.
Lo pensé la semana pasada al enterarme de que el presidente Kirchner había prohibido la exportación de carne por 180 días (con el sueño de que van a bajar los precios) ¿por qué no lo hace con la literatura, para que los escritores argentinos no busquen su rostro en el espejo europeo?