Jean-François Fogel
En una carta al crítico Edmund Gosse, Joseph Conrad dio una descripción precisa del entorno creado para ubicar su novela Nostromo: “La base geográfica es, como Vd. lo ha podido ver principalmente Venezuela; pero hay pedazos de México, y el aspecto de la montañas se parece más a las de la costa chilena que de cualquier otro lugar. La cortina de nubes esta siempre colgada por encima de Iquique. El resto de la meteorología pertenece al golfo de Panamá y, de manera general, a la costa oeste de México hasta Mazatlán.”
Este plato combinado de paisajes es un país, Costaguana, el país ficticio que acomoda la loca y violenta historia de Nostromo. Hasta ahora, Costaguana sólo tenía una geografía. Era la documentada visión de una tierra caliente imaginada por un novelista que poco caminó por América Latina. La lectura de Venezuela de Edward B. Eastwick y de Seven Eventful Years in Paraguay de G.F. Masterman hizo, según los biógrafos de Conrad, otro aporte a la configuración del país. Pero faltaba algo esencial, imprescindible: una Historia. No hay países sin Historia. Un país puede prescindir durante un tiempo de un territorio, pero sin Historia, no hay nada. Y no se sabía de dónde Conrad sacó la historia trastornada de Costaguana, más allá de la ayuda –cuya naturaleza se desconoce- que le proporcionó Santiago Pérez Triana, un diplomático colombiano afincado en Londres.
Sobre todo, no teníamos pistas para entender cómo Conrad imaginó la vida de Charles Gould, el propietario de la mina, el cinismo del periodista Martin Decoud y el carácter de la población tan ingrata de la ciudad de Sulaco frente a la formidable figura de Nostromo. Pero desde ahora, todo cambia: tenemos una Historia secreta de Costaguana (Alfaguara), una novela de Juan Gabriel Vásquez, que pretende explicar cómo Conrad actuó como un genio y un sinvergüenza en la invención de Costaguana. Lo que debía ser “la simple historia de italianos en el Caribe” cambió por completo en un proceso tan fenomenal, tan vinculado al argumento de la novela de Conrad, que daría vergüenza contarlo aquí. Si non e vero e ben trovato, podrían decir los italianos frente a la deslumbrante imaginación del autor para, como él dice, “escribir la historia de Colombia, o la historia de Costaguana, o la historia de Colombia-Costaguana, o Costaguana-Colombia”.
Para Juan Gabriel Vásquez, la novela de Conrad tiene lugar en Colombia, pero en una parte de Colombia que no se queda colombiana a lo largo de la novela y que se transforma tanto en Panamá como en Costaguana. Diabólica visión del poder de la literatura frente al poder de la historia. El autor sabe quién gana: “La realidad, escribe, es frágil enemigo para el poder de la pluma”. Y cuando es Joseph Conrad quien manipula la pluma, no hay manera de defenderse para los protagonistas de la realidad. El narrador capaz de desvelar los secretos del genio polaco-inglés hace todo lo posible, grita “Yo soy el que cuenta. Yo soy el que soy. Yo. Yo. Yo.” pero al final gana la literatura con una gran novela escondida dentro de otra gran novela.
Tengo mis dudas sobre la ubicación íntima de Panamá, este país que utiliza monedas gringas, alberga bancos del mundo entero y mezcla las aguas de dos océanos. Pero no tengo duda sobre Costaguana. Es un país que tiene geografía e historia.