Jean-François Fogel
La editorial Tusquets publica Diez grandes novelas y sus autores, de William Somerset Maugham. Es la traducción de un libro cuyo titulo original viene al revés, poniendo los artistas antes de las obras: Great Novelists and their Novels. Tengo todavía un ejemplar (primera edición, 1948). El libro no vale más que el trabajo para encontrarlo. Supongo que es muy difícil: su editor, The John C. Winston Company, con sus dos oficinas en Filadelfia y Toronto, no dejó una huella muy grande en el mundo editorial.
El libro tiene como origen dos etapas explicadas por Maugham de manera muy transparente. Primero, el autor inglés hizo una lista de las diez mejores novelas, por solicitud expresa de un editor. Segundo, aceptó escribir, para otro editor, una introducción para la publicación de cada una de estas novelas en una versión más corta. Se trataba de adaptar a la literatura la técnica del Reader’s Digest, el mensual que publicaba entonces con gran éxito resúmenes o versiones más pequeñas de artículos, para ayudar a sus lectores a no perder tiempo.
Las diez novelas escogidas por Maugham vienen en su libro en el orden siguiente:
Guerra y paz de Tolstói
Papa Goriot de Balzac
Tom Jones de Fielding
Orgullo y prejuicio de Austen
Rojo y negro de Stendhal
Cumbres borrascosas de Emily Brontë
Madame Bovary de Flaubert
David Copperfield de Dickens
Los hermanos Karamazov de Dostoievski
Moby Dick de Melville
En realidad, Maugham quería incluir en la lista a la novela de Proust En busca del tiempo perdido. No lo hizo y no sabemos porqué. Quizás Gallimard rechazaba cualquier idea de sacar una versión más corta. Maugham propone otra explicación: a pesar de numerosos recortes, la novela guardaba un tamaño imposible para el editor.
La recopilación de las diez introducciones es el testimonio de un verdugo. Cada texto de Maugham venía antes de una obra clásica acortada para permitir una lectura rápida. Pero el conjunto de los análisis es interesante. Maugham conoce el negocio, los trucos, las técnicas, los fallos más comunes de los escritores.
Su tesis es más o menos la siguiente: una novela no puede contar una historia de manera continua, lo que supondría entrar en detalles insoportables; su autor prefiere crear una especie de cadena cuyos eslabones son descripciones, diálogos, relatos, etc. Es la suma, en un cierto orden, de los elementos discontinuos que crea en la mente del lector la percepción de un relato continuo que se parece a la vida. En realidad, opina Maugham, en todas las obras, incluidas las mejores, sobran los eslabones. Podemos quitar unos sin perder el diseño global y tampoco el argumento de una novela.
Maugham se equivoca. Una novela no es el mero relato de una historia. Tiene una dinámica propia más allá del argumento, con aceleración, inmovilidad, caídas, pasos perdidos y búsquedas fracasadas. Una novela es como la vida: da vueltas. «Ninguna novela es perfecta» prefiere decir Maugham. Y aquí tenemos la limitación de sus apasionantes ensayos: es la gran cocina de un chef descrita por un cocinero. El pobre hombre sabe todo sobre las recetas y los ingredientes pero no entiende que interviene otro factor en el trabajo. Se llama arte y no hay nada que se le pueda quitar sin perderlo todo.