Javier Rioyo
Verano en la ciudad. Han pasado muchos años desde que no estaba un verano en Madrid. Apenas recordaba ese resto de casticismo, más cutre que barroco, que mantiene algunas fiestas populares. Procesiones con orquestas municipales, churros incomibles, políticos en rebajas, verbenas con barras atendidas por gentes que vinieron del pasado comunista, bomberos, vírgenes, beatos, jóvenes papistas, negocios religiosos, promesas de dioses, de vírgenes que cuelgan de espacios civiles, militares y hasta de algún edificio religioso.
La religión como negocio, fiesta, mercado, diseño, audiovisual, caralibros, veinteañeros, integrados, indignados ma non tropo, ateos gracias adiós, lolitas católicas, apostólicas, romanas, rumanas, brasileras y sus amigos "viva la gente". Madrid con un calor que ya no me mata, con confesionarios allí dónde tuvimos libros, con misas, rosarios, pecados, pecadores, beatos despistados, policías descreídos y bocadillos de falsas tortillas. Ciudad abierta, confiada, convicta y confesada en el Parque del Retiro. Holy Fast, La turneé de Dios, Jardiel Poncela reestrenado y vuelta atrás. El mundo es ansí?
Hoy día de palomas, asunciones y las once mil vírgenes, que en euros deben ser millones, he paseado por Madrid entre la insolación y la tentación. Al final, como tantos días, como tantas veces, tantos años, me dejé caer en ella. En la tentación. La misma tentación que me acompaña desde que tengo memoria de confesionarios. Aquellos confesionarios oscuros, susurrantes, temidos, de respiraciones pecaminosas, falsos arrepentimientos, señores oscuros invisibles, de aliento dudoso y de fe aburrida. Aquellos católicos que nos hicieron salir corriendo y no volver al lado oscuro de los miedos adolescentes.
Nada es así. Al menos en este Madrid que agosta con esta religión de blanco y arquitectura de los modernos de la obra. Feria de confesionarios, vanidosos y vanidades esperando a los pecadores del mundo. Jóvenes sueltos del mundo, pecadores en confesionarios de diseño que terminan allí dónde siempre espera el ángel caído. El camino de los confesionarios madrileños lleva a la estatua del hermoso diablo.
La tarde del día de las vírgenes madrileñas, entre policía, beatos, mirones, curas, perdidos y encontrados la comencé en el Retiro de todos los pecados. Me senté al lado de mi demonio. Me tomé una cerveza, o dos, y volví a casa con mi bono bus. Como en casa…Un gin tonic y una película en la tele. Esta noche en cine clásico un detalle, otra vez vimos: "Touch of evil".