Javier Rioyo
Hoy se celebra en mi pueblo, Alcalá de Henares -uno, como dejó sentado Max Aub, es de donde ha hecho el bachillerato- el día de Miguel de Cervantes. No exactamente su nacimiento, que no terminan los biógrafos de conocer con exactitud, sino el de esa fecha marcada por el rito obligado de la España dominada por la tradición católica: el bautismo. Hoy se celebra el día de su bautismo, no el de su nacimiento como tantas veces se viene a confundir. Bien es verdad que solían ser días muy cercanos, se tenía miedo a que el recién nacido muriera a las pocas horas, a los pocos días -algo bastante habitual en los siglos de Cervantes y aún en posteriores- y el bautismo se celebraba inmediatamente después del nacimiento. Nadie quería que su vástago muriera “morito”. Eran tiempos de creer en el limbo, ¡todavía había limbo! O más bien eran tiempos en que se necesitaba ser y demostrar que se era cristiano viejo. Ni una broma con la religión triunfante.
En Alcalá se conserva esa “joya”, esa partida que da fe del lugar más probable del nacimiento del más universal de los alcalaínos. Y como no había nacido Max Aub, entonces uno era de donde había sido bautizado. Ante lo inconcreto de la fecha de nacimiento, imagino, se determinó que la celebración nacional cervantina fuera en el día de su muerte, el 23 de abril. Pero, ya con la democracia, a los alcalaínos les pareció que se debería conmemorar esa fecha que marca también la historia de la ciudad. La ciudad es muchas cosas. Es Compluto, Alcalá por los árabes, quizá es la ciudad del Arcipreste de Hita -¡tan olvidado!-, es la ciudad del renacimiento, de Cisneros, de la universidad, de las juergas de Quevedo, de la gloria y la decadencia de un país casi siempre convulso. Es también, aunque muchos quisieron olvidarlo y todavía hoy no es orgullo de gran parte de la ciudad oficial, es la ciudad de Manuel Azaña.
No deja de ser curioso, quizá también simbólico, que la vida y derrota de dos alcalaínos que salieron de su pueblo y encontraron el respeto, sin dejar de conocer el desprecio, les una como dos vecinos improbables. La imaginaria casa de Cervantes, una de esas invenciones para dar gusto al turismo cultural, está situada casi haciendo esquina con la real casa de Azaña, con la olvidada y oscura casa de los Azaña. Se enseña la casa de Cervantes y se da la espalda a la casa del escritor, intelectual y Presidente de la República, al más cervantino, al más quijotesco de los alcalaínos aunque con aspecto tan sanchopancesco.
Hoy es fiesta en Alcalá. Muchos la llaman San Cervantes. Ni quiso, ni se le esperaba en el santoral al bueno, vividor, sufridor y poco católico de don Miguel, pero no está mal componernos una suerte de santoral civil. Yo tendría a San Cervantes en el altar mayor de mi templo de santos paganos. Al Miguel de Cervantes católico, al bautizado en la iglesia de Santa María la Mayor un 9 de octubre de 1547, le tengo menos respeto por razones de juegos de niños. Esa iglesia del bautismo cervantino, ubicada en un extremo de la plaza que hoy lleva el nombre del escritor alcalaíno, fue una de las más dañadas en la Guerra Civil. Quedó prácticamente en ruinas. Se salvó el altar donde estaba conservada la pila bautismal del escritor. Cuando yo era un pícaro adolescente que hacía el bachillerato en el instituto que estaba en los nobles edificios de la universidad cisneriana, el único entonces de la ciudad, uno de los refugios más habituales para juegos secretos, para nuestras picardías o nuestros primeros cigarros, era colarnos a la ruinosa iglesia y llegar hasta el refugio del altar donde seguía más o menos entera la pila bautismal de Cervantes. Allí estuvo olvidada, o al menos descuidada, muchos siglos. No se hacían importantes ceremonias para recordar su nacimiento o su bautismo. Y con el tiempo el recuerdo de aquel estado de semiruina, de abandono y olvido de los lugares “sagrados” de San Cervantes, parecía toda una metáfora de la vida tan dura, de los olvidos ciudadanos y políticos, de aquel soldado manco que nos enseñó a escribir.
Mi mejor altar cervantino seguirá siendo aquella pila casi abandonada que vio nuestros primeros juegos prohibidos de adolescentes alcalaínos. Felicidades señor Cervantes.