
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
"Huir hacia una región conquistada, y pronto descubrir que es intolerable, porque uno no puede huir a ninguna otra parte"
"Diarios", Franz Kafka
Sabina, con su aspecto de "casual kafkiano", nos recibe en su casa de Tirso con vistas a Lavapiés. Un conocido territorio de quinientas noches que nos sorprende con una otoñal luz del mediodía. El amigo está acicalado de la cabeza a los pies como un reconstruido y pulcro cantamañanas en promoción.
Se despereza como uno de esos gatos suyos que saben canciones de Brassens. Desayuna cerveza como un chusvisor cualquiera que no quiere perder su toque heterodoxo. Tiene más libros que Menéndez Pelayo. Habla con pocas pausas, con prisas roncas, con muchas risas y sin dejar de velar por su salud con sus cigarrillos de verita y sus boquillas de mentiré.
Se está bien en la casa/museo de Joaquín Sabina. Entre adornos de traje de Luces- con sangre derramada en las Ventas- entre sombras como sombreros de Joyce y letras de primera edición del Ulises. Rodeados por libros que nos hacen caer en la tentación de todo lo que nos queda por robar, desde Góngora a Cernuda. Nos sentimos cómodos entre vírgenes cachondas, angelotes salidos, fotos, cuadros de vida y amables, despiertas, jimenas. Algunas de las hermosas compañías que ordenan su laberinto.
El canalla bondadoso Sabina habla, grita, se mueve como un noble sin ruinas, sin títulos y conservando una viva inteligencia unida a un peculiar estilo de ser cariñoso. Algo situado entre una puta que no cobra y un burgués con una bomba en el bolsillo. Chico de barrio que con los años, y las letras, ha sabido depurar su aspecto de terrorista domesticando por las maneras del letraherido. Tierno duro, andaluz en un andén de Atocha, uno de Úbeda, madrileño hasta la muerte, pero ni un paso más.
Joaquín el versificador y Sabina, el roquero cantautor, llevan días de paseo por los ruedos ibéricos. Sin rosas, sin vinos ni vinagres, con los nervios de un nuevo disco y pleno viaje de músicas por montera.
La gira empezó en 20 de noviembre en Salamanca y sin franquistas. Con Sabinistas de varias generaciones, montones volando que ya tienen bula para recorrer cien caminos que no llevan a Roma. Dispuestos a fugarse por un cul de sac y amanecer en algún pueblo de tierra adentro y mar de fondo.
Sabina, como Kafka, es capaz de irse a nadar mientras la tercera guerra mundial estalla en su barrio…
Y seguimos bebiendo, riendo y contando algunas mentiras. Sabina miente con estilo. Miente hasta en su epitafio: "Aquí yace Joaquín Sabina: jamás dio la cara"
(Introducción y cierre de una entrevista que realicé a Sabina y que aparece completa en el suplemento "Dominical" del 29/ 11/ 09. Y que reproduzco pensando el sabinista gallego Ramón Rozas. Y sin olvidar a alguna filóloga de Vigo a la que no le importaría hacer noche en un lugar llamado Sabina.
Los del Atlético estamos preparados para derrotas. Y para alguna vez, para sorpresa de casi todos meter algún gol)