Javier Rioyo
Navegante solitario, sí, pero buen navegante, argonauta que veloz puede emprender el camino en busca del vellocino de oro. Y también navegante que sabe llegar al primer puerto, encontrar la mejor cantina, detenerse en la mejor compañía y, sin permitirse caer en cursiladas sentimentales, poder pasar el tiempo que nos queda en elegidas compañías. José Caballero Bonald, con pocos dioses, con unos cuántos amigos, en compañía de justos aunque sean muy pecadores, pasa éstos amables y fértiles años -aunque ya ha superado el rubicón de sus primeros 80- sin bajar ninguna guardia ética ni estética.
No hay muchos como él en nuestro idioma que no se hayan dejado seducir por alabanzas de corte, subvención institucional, tonterías de la edad, fascinaciones del dinero o premios de callarte la obra y la gracia. No hay quien pueda con Caballero. Ni siquiera fueron capaces de admitirle en su club los “académicos”, ¡pobres, todavía deben estar avergonzados!
Caballero, que tantas miserias morales ha visto y oído -como todos los que crecieron en este país donde tantos miserables duraron mucho y además se reprodujeron- es una persona, un autor, no contaminado. Sigue sabiendo, más que estar solo, estar en la compañía que elige entre su catálogo de infractores razonables. Si no le conocen, lean ese último y tan vivo libro, Manual de infractores, después deberán acudir a los demás, libros de poemas, novelas, sus imprescindibles memorias…Y si quieren hacer una cata general, un acercamiento certero, lúcido, plural y estéticamente muy gratificante que compren una de las más cuidadas y hermosas revistas de nuestro país, Litoral. Su último número está dedicado a Caballero Bonald y se llama, ya lo imaginan, “Navegante solitario”. Si no les gusta les devuelvo el dinero.