Javier Rioyo
Pensaba escribir algo sobre Montevideo. La ciudad que contó Benedetti. La ciudad que contaron otros poetas, una de las ciudades que quiero- soy promiscuo con límites- y la ciudad de Onetti…pero Ellis, ¿puedo decir yo también la dulce Ellis?, me lleva reflexionar sobre los gustos, los disgustos y las mentiras. Con sus verdades sueltas y absueltas. ¿De verdad me gusta Leo Dann? No creo. No fue de mis cursis cercanos, lejanos. Y con eso tranquilizo a la, también dulce, ET, lo de Leo Dann era un guiño al raro, cursi, intenso, complejo, irónico y demasiado peronista para mis tragaderas, llamado Leonardo Favio. Ese sí me gustó con todas sus "cursiladas". Siempre quise hacer un corto sobre una deliciosa- y cursi/irónica- canción que se llama "Ding, dong, son las cosas del amor" La historia de amor interclasista, el obrero y la niña pija, se termina como un corto de Chaplin, los dos enamorados confesando sus acuerdos tiernos unidos por la música de Leo Dann. No recuerdo a Leo Dann. Eso quiere decir que no me gusta, al menos no tanto como María Ostiz. Me gustó, ¡incluso físicamente!, en esos tiempos de chicas de toque entre intelectual, monjil y con secretos. Y me gustó no por eso de "un pueblo es, un pueblo es", que nunca llegaba a ninguna parte; me gustó, entre otras cantigas de amiga, por culpa de Aute. María Ostiz cantaba "a la manera" de Aute. La diferencia es que Aute era descreído, amigo de diablos queridos y sus aleluyas estaban en las antípodas del estilo "opusino" de María. Pero sí, confieso que me sabía, y que aún recuerdo canciones como "Yo me vi rodeando el mundo", "Mi amiga Catalina", "Un pueblo es" y otras inconfesables músicas y letras de cuando fuimos jóvenes, tan jóvenes. Tan cursis. Hoy me siguen gustando cursis, pero más malas, más irónicas. Hoy me gusta "La Shica", "La bien querida" o Vega. Hay gustos que nunca se arreglan.