Javier Rioyo
Habíamos enterrado el esperpento del 23-F y nos tocaba divertirnos. Había que tomar las calles, vivir la ciudad y dormir lo menos posible. Madrid se había desnudado en el dos de Mayo, fumaba en Malasaña y bebía por todos los barrios. La ciudad de verdad quería ser alegre y confiada. Algunos se perdieron en el camino, no supieron terminar las noches blancas, otros lo superamos no entendemos bien cómo. Aunque sí sabemos porqué: no queríamos perdernos la vida de una ciudad libre y unos ciudadanos con ganas de pasarlo bien. Y los pasamos. Algunas veces nos pasamos.
Ya nos podían gustar los snobs. Los necesitábamos, como Nueva York tuvo sus snobs en los tiempos de Warhol y el Chelsea Hotel, los ingleses con Bloomsbury o los parisinos en casi todas las épocas, nosotros también tuvimos nuestros snobs. Hay un delicioso libro en la editorial Impedimenta que habla de la historia reciente de lo snobs y el snobismo, todo un acercamiento, muy afrancesado aunque sin abandonar lo anglosajón, que recomiendo a todos los interesados por esa manera de estar en el mundo, quizá de burlarse de él. Se llama "Diccionario de literatura para Esnobs". Apenas hay snobs españoles- escribir esnobs me parece demasiado snob- y sin embargo los hubo, incluso los hay. Si tengo tiempo un día de estos emprenderé la busca y captura de algunos de nuestros snobs más notables. Tendré que limitarme a los vivos porque no quiero invadir territorios de Luis Antonio de Villena y otros estudiosos y preclaros snobs de nuestro mundo.
Hoy he recordado va uno de esos encantadores snobs a la madrileña. Un representante de los mejor del Madrid que sabía divertirse. Antonio Gastón, muerto lenta y lúcidamente después de haber vivido con intensidad días y noches. Hoy lo recuerda el querido Miguel Mora que desde Roma tiene nostalgias de aquellas noches del Madrid interminable de los tiempos en que tanto nos movíamos. Sin Gastón, sin su creación preferida, "El Sol", Madrid no hubiera sido la misma. Noches en ese garito de música y roces, de hermosas y buscadores, de modernos y posmodernos. Frívolas, maravillosas, noches de tragos largos y sueños cortos. El snob de Gastón veía subir la temperatura de su local, mientras ligaba discretamente bebiendo un champagne y veía llegar la hora del cierre desde la mesa de su balcón con vistas. Desde el baile nocturno de nuestra casera feria de las vanidades o desde la barra, admiramos la elegancia de este snob de San Sebastián que dejó la arquitectura para hacer más modernas las noches de Madrid. Ha muerto sin rendirse. "El Sol" sigue vivo y noctámbulo. No es el mismo. Como la ciudad no es la misma. Echaremos de menos a snobs como Gastón, elegante y decadente. Que una vez fue joven y divertido. Sin embargo a él y a otros snobs tan nuestros, les gustara decir: "Soy joven y rico y culto; y soy infeliz, estoy neurótico y solo"