
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Estoy en casa sin haber dejado Pekín. "Quien se aleja de su casa ya ha vuelto": como decía Borges en aquél poema que dedicó al I King, o I Ching, es decir al "El libro de las mutaciones". Por cierto el libro más antiguo que la humanidad ha conservado y que sigue ejerciendo su influencia en la poesía, el pensamiento o en la narrativa fantástica.
Sigo con la cabeza en ese país, en esa ciudad que todo lo mezcla, lo transforma, lo asume y lo hace suyo. Mantiene la fuerza de lo sombrío del pasado- del remoto y del cercano- y es capaz de adornarse de belleza para no dejar ver la convulsa belleza de los interiores. Ciudad de secretos, de murallas y de rascacielos. Ha cambiado sus colinas imperiales por edificios de la arquitectura de la posmodernidad. De callejones tan estrechos por dónde solo pasan los gatos o de plazas tan enormes capaces de acoger ejércitos enteros. Plaza por dónde pasó la historia por el lado más siniestro y por dónde sigue pasando la vida cada día de este país que produce terrores y ternuras. Lugares que recuerdan a aquél relato de Kafka sobre la edificación de la Muralla China. Kafkiana ciudad y sin embargo de dulzuras de sal, lugar de todas las agridulzuras. Y ahora mezcladas con un "dry martini" en algún bar abierto en algún "hutong" a la luz de la luna.
Hace días hablé del libro "Brothers" de Yu Hua, una novela que deben leer los amantes de la literatura y los que quieran saber más de China contemporánea y pasada. Mucho más dura que aquella hermosa narración de Dai Sijie, "Balzac y la joven costurera china". Hoy quiero recomendar una novela que estoy leyendo sobre ésta ciudad que me atrapó durante cinco días- que podían haber sido cincuenta y cinco o quinientos cincuenta y cinco o…- y también es el personaje de central de la novela de Ma Jian, "Pekín en coma". Otro escritor que conoció el país y sus miserias, que lo recorrió por trabajo y por placer, que ama y teme a la gente que gobierna en la ciudad, en el país. Mirada poética, mirada crítica, mirada amarga y dulce a una ciudad que todo lo permite y mucho prohíbe.
Ciudad capaz de llenar uno de sus grandes teatros porque uno de sus renovadores teatrales, Meng Jinghui, se enamora del Quijote y se empeña en trasladar al teatro esa obra casi inabarcable llamada "El Quijote". Un moderno almodovariano, un atrevido director capaz de hacer que el Caballero de la Triste Figura baile un rap, Sancho se mueva con un casco de moto o los del Toboso bailen el "Sevilla" de Miguel Bosé. Todo era posible en esa ciudad que culturalmente no está en coma sino todo lo contrario está sobre varios volcanes.
Comienza la realidad. Tendré que desengancharme de esa irrealidad que he llamado Pekín. ¿He vuelto?