Javier Rioyo
Llevo muchos años pensando en que hubiera sido de Kafka en Madrid. ¿Cómo hubiera sido un Kafka madrileño? Algo que estuvo a punto de suceder. Madrid para Frank Kafka fue un Dorado deseado, soñado y nunca conseguido. Estaba cansado de su vida en Praga, del incierto futuro en su oscuro trabajo, de sus amigos y hasta de sus amigas. Estaba harto del padre. De los ritos y los mitos de los suyos. Kafka quería huir. Quería ser otro y moverse entre los cafés de Madrid, viajar en sus tranvías, escaparse al sur, beber vino y ser capaz de comer un cocido madrileño.
No pudo ser. No quiso su "tío de Madrid". El alto cargo, el director general de los ferrocarriles del Oeste de España, esos que llevaban a los ricos y modernos de entonces hasta las playas y los casinos de Estoril. El tío de Kafka, el tío de Madrid, Alfredo Loewy, nunca quiso hacerse cargo de su sobrino, ese chico triste que quería ser escritor, Nada hizo para ayudar a que cambiara de vida, para acogerlo en su cómoda casa madrileña. No estaba dispuesto a que su sobrino descubriera su nueva vida española. Ni que fuera testigo de su vida feliz de viejo con joven amante. No, el tío no quería tener cerca de la familia. Y mucho menos a un joven de incierto futuro. Y no consintió que el joven Franz se hiciera madrileño y paseante por sus tertulias, por sus terrazas y por sus bares abiertos hasta la madrugada. Kafka nunca vino a Madrid.
Siempre pensé que esa historia era material para un escritor. Una vez se lo comenté a Vila Matas, pero no me hizo mucho caso. Ahora me llega la sorpresa de encontrar la historia en un cuento breve, y extraordinario, de Juan Eduardo Zúñiga. Una narración corta llamada "No llegará el sobrino de Praga". Apenas unas líneas en su libro de relatos "Brillan monedas oxidadas" pero capaces de contener todo el drama, los miedos y la frustración de un viaje que nunca llegó a ser. Todavía hay historia que contar, que especular, que imaginar, pero con el relato de Zúñiga ya me doy por compensado con ese madrileño que nunca existió. No consiguió vivir en la ciudad deseada. Se tuvo que refugiar en la literatura. Tampoco nunca estuvo en América. Ni en China. En realidad a penar salió del más extraordinario viaje: él mismo.