
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Decía Borges-¡tantas cosas decía!- que el fútbol era popular porque la estupidez es popular. Quizá tenía razón. No me parece tan descabellado ser estúpido, incluso me parece más probable ser estúpido que futbolero. Lo mejor del fútbol, como de tantas cosas, está entre la infancia y la imaginación. En éstos días de fútbol he disfrutado de partidos, de derrotas, de injusticias y de pequeñas justicias en los campos de fútbol. Y quedan todavía- perdón por la confesión, por la excusa tan banal y popular- algunas semanas para seguir haciéndolo. Yo, como algunos saben, soy de un equipo que tiene mucho mejor intenciones, seguidores, imaginario y canciones que realidades. No hay himnos- no oficiales- que la canción que hizo mi Sabina a mi Atlético…de Madrid.
Pero hoy, por volver a la poesía y por reconocimiento a mi amigo Luis García Montero, al que daré en público y privado las gracias haber escrito un libro en el que hace vivir tan hermosa y literariamente a Àngel González- ya hablaré de "Mañana no será lo que Dios quiera"- le tengo que reconocer que siendo "merengón" ha escrito uno de los más hermosos poemas del fútbol, con permiso de Francisco Uriz y de Leopoldo de Luis.
El poema se llama "Domingos por la tarde":
"A veces la infancias escapan de sí mismas
y corren por la lluvia como en fuera de juego
sin oir las sirenas de los árbitros.
Es verdad que son mares en un vaso de agua,
pero hay olas que tienen esa espuma
de las aliteraciones,
paraísos que aguardan los despachos
del último minuto
o días que amanecen
con la tranquilidad de un tres a cero,
de un cinco a cero en punto de la tarde.
Por lo demás también hay labios
en el extremo izquierdo del domingo,
lesiones en las dudas del mañana,
pasados que regresan
igual que una llamada de teléfono.
-¿Y lo de ayer? Sonríe la memoria
cuando parece amiga del equipo contrario.
Las verdades del área
con sus rayas de fría matemática,
son ardientes amores de ficción
en manos de un penalti.
Por eso saben mucho
de la felicidad y la belleza.
No conviene que demos a estas cosas
un valor excesivo.
Son noventa minutos en un vaso de agua.
Pero a mí me han quitado muchas veces la sed"