
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Escribo deprisa, naturalmente con mi ordenador. Aunque para ser más sincero, ni soy muy rápido, ni desde luego ordenado. Pero sí, me fui naturalmente adaptando a las nuevas formas de escribir. Como todos los niños comencé con lapiceros. Seguí con bolígrafos. Me pasé a los rotuladores. Y siempre envidié a los que usaban las plumas. De ellas también tengo difusos recuerdos infantiles, sobre todo de los tinteros.
Seguí con la máquina. Me pasé a la eléctrica. Y de allí a los ordenadores. Cada vez más pequeños, cada vez más de diseño. ¿Hubiera sido distinto escribir siempre a mano, con tinta, con velas, a la luz o las sombras de un mundo sin luz eléctrica?
Estos días, recordando nuestras lecturas de adolescentes maravillados ante el miedo, seducidos por los mundos oscuros de Edgar Allan Poe- no hay que perderse la edición de Páginas de Espuma con la traducción de Cortázar, edición de Iwasaki y Volpi, prólogos de Vargas Llosa y Carlos Fuentes, e introducción de otros 65 novelistas españoles, total 69- en los días de la celebración de sus doscientos años. Un escritor que, como tantos, no conoció la luz eléctrica, ni ninguna máquina que no fueran su mano y su pluma para escribir algunos de los más inmortales relatos de la historia. Además escribió en situación precaria. En tabernas, con ruido y furia, con alcohol y con poca comida. Escribió como pudo. Y nos emocionó como pocos.
La primera novela que se escribió con máquina fue Huckleberry Finn, fue en 1885 y Mark Twain, Samuel Clemens, ya era una leyenda mucho más allá del Mississippi. El clásico escritor del Sur se hizo un moderno y fue el primero que escribió sin tener esa relación tan cercana con las letras, con las palabras. De vez en cuando me gustaría ser uno de aquellos tipos del Mississippi. Mejor uno como Twain. Pues nada, seguiré siendo ese que de vez en cuando los puede leer. Aunque sea en un Ibook.