Javier Rioyo
Dicen que es el primer culo de nuestra pintura. No estoy seguro pero sí es uno de los más hermosos. El culo que disfrutó Diego de Velázquez, ya mayor, muy mayor para aquellos tiempos, y solazándose, entreteniendo sus días con una joven y hermosa modelo de Venus algo más para el pintor. Es una de las recompensas de los artistas, de los buscadores o de los muy aficionados.
Gran culo inicial de nuestra pintura, sublimado culo que no está solo. Viaja en compañía de sus rotundas nalgas y de una espalda femenina difícil de superar en la pintura y en la vida. Modernidad de formas, perfección que traspasa el tiempo y las modas.
Nada que ver la Venus del espejo de Velázquez con los desnudos de Rubens. Cuando éramos pequeños, como esa Venus velazqueña estaba en Londres, los cuerpos de mujeres desnudas que podíamos mirar, los que nos hacían excitarnos pensando en las hermosas desnudas, eran casi siempre muy pasados de kilos y de michelines. Después llegaron las flacas con culo -léase Jane Birkin- y las de poco culo, el mayor ejemplo es Audrey Hepburn.
El culo de Velázquez, el culo y el resto, que pudimos admirar en la National Gallery de Londres, ahora lo tenemos a tiro de cola y en Madrid. Es una hermosura, lo digo con conocimiento de causa, de mirada, de muchas miradas. Ningún tocamiento está permitido.
Creo que habrá que guardar un sitio a uno de los más sabios en cuestión de culos y de otros desnudos. De la desnudez y sus miserias, de los desnudos y sus bellezas, como es Oscar Tusquets Blanca. Su mirada tan libre, su inteligencia tan peculiar, su admiración por el desnudo y su rechazo de algunos desnudos, los cuenta admirablemente en su libro último e imprescindible llamado Contra la desnudez. Un placer de texto, además acompañado de los mejores desnudos del arte de todos los tiempos. No todos los desnudos son hermosos. Ni todos los cuadros. Ni todos los libros. Y yo sólo les he hablado de los hermosos desnudos. El que no esté de acuerdo que pague su prenda.