Basilio Baltasar
Ha empezado la campaña electoral y la entusiasta oferta de los candidatos a presidir el Gobierno de España se impondrá con elocuencia. Aunque su presencia en los paisajes urbanos se parezca a la de cualquier anuncio comercial: el mismo intruso y la misma afabilidad.
La prometedora sonrisa, el gesto complaciente, la amigable cercanía, la insólita confianza que se nos ofrece a cambio de tan poca cosa.
¿Qué puede ser más fácil: meter la mano en el bolsillo y sacar un euro -o un voto?
Al fin y al cabo, la publicidad ha sofisticado el milagro: dirige deseos insaciables hacia artefactos perecederos. Una técnica que los expertos admiran, cultivan y perfeccionan. Una vez localizada la fuente de la credulidad, los reclamos actúan sin cesar. Zapatos, relojes, bufandas o vestidos de alta costura prestan a la personalidad un poderoso fetiche. Con este amuleto -no importa lo barato que llegue a ser- se conoce la felicidad, aunque la pulsión del deseo no se agote y, sorprendentemente, nunca sienta decepción. La fusión del deseo con el objeto es perfecta: se satisface la ilusión, se sacia la insatisfacción. ¿Cuánto dura el efecto? Apenas un instante, pero su valor es supremo.
La economía de consumo en el torbellino productivo del mundo es un pacto entre el individuo y la más escéptica de sus numerosas almas: se propone colmar placeres y conoce la inutilidad del trueque. Todo es falso y ¡tan placentero!
Los candidatos que utilizan las técnicas publicitarias para implicar a los ciudadanos en la gobernanza del país cometen un terrible error. Convocan y movilizan los mismos impulsos, las ilusiones que yerran entre fugaces objetos de placer. Y reproducen el mismo pacto: todo es falso ¡y tan fácil!
En lugar de convocar la inspección sumaria del ciudadano, la publicidad electoral prefiere excitar sus emociones: ¡ensalzar al individuo sentimental!
Mejor sería aleccionar al ciudadano en la gravedad de su responsabilidad, en vez de empujarle a creer en el futuro. Mejor sería prescindir del consumidor de ilusiones y restaurar al adulto que llevamos dentro.
Vamos a seguir el rastro a esta campaña electoral. A ver qué nos depara.